«Scary good», reza el cartel gigante sobre la Sexta Avenida, con la cara desafiante de Cole Palmer. «Tan bueno que asusta», es una posible traducción. Y esa imagen publicitaria, al final, fue una premonición.
Porque Cole Palmer jugó una final que aterrorizó a todo el PSG. Su categoría empequeñeció al super equipo de la temporada, y le dio un título inesperado, pero justo, a Chelsea en el Mundial de Clubes, asevera el portal “ESPN”.
CON FURIA
Palmer salió a jugar la final del Mundial de clubes con furia. Pero no con esa furia que implica violencia, sino con la que sirve para elevar las cualidades.
El 10 del Chelsea salió al campo de juego del estadio MetLife a demostrar que él y su equipo podían ser superiores al super elogiado PSG, y, por esa actitud, se consagraron campeones del mundo.
«Es una sensación fantástica. Y mejor aún porque todos dudaban de nosotros antes del partido; lo sabíamos. Luchar como lo hicimos es genial. Me gustan las finales», dijo la gran figura del triunfo, 3-0, del equipo inglés sobre PSG.
GANAS DE SILENCIAR BOCAS
No hay muchos combustibles mejores en el fútbol que las ansias de demostrar que uno es mejor de lo que todos creen. La historia está repleta de triunfos que se apoyan en esas ganas de silenciar bocas.
Palmer conoce bien esa sensación. Formado en Manchester City, Josep Guardiola nunca terminó de darle lugar y fue fichado por Chelsea, sin haber podido triunfar en el club de toda su vida. En su primera temporada en Londres, con sólo 21 años de edad, se destacó como uno de los mejores futbolistas de la Premier League, con 22 goles y 11 asistencias en 33 partidos.
DE VERDAD QUE SE EQUIVOCARON
En otras palabras, enseguida dejó bien claro que los que lo habían dejado ir se equivocaban.
Su evolución en el Mundial fue como la de su equipo. En la primera fase no hizo nada destacable, pero irrumpió en las rondas de eliminación directa. Una asistencia en octavos contra Benfica, un gol frente a Palmeiras en cuartos, un trabajo sólido frente a Fluminense en semis. Y la consagración definitiva como crack internacional en la final frente a PSG.
EL TRASLADO AL MARCADOR
Chelsea le pasó por arriba al campeón de Europa gracias al plan de Enzo Maresca y a su casi perfecto funcionamiento colectivo, pero fue Palmer quien trasladó esa superioridad al marcador: Dos golazos y una asistencia en el extraordinario primer tiempo de los Azules le alcanzaron para ser considerado como el mejor jugador del Mundial. Y está bien merecido, porque jugar de esa manera una final tiene un mérito superior a casi todo lo demás.
Cole Palmer tiene las virtudes de los cracks sin época. Inteligente, hábil, pícaro. Puede crear y también definir. Sabe dónde ubicarse para sacar ventaja sin ser tan rápido y potente como otros. Maneja el arte del amague, tal como quedó demostrado en su segundo gol. Es una característica que no abunda en una época en la que las gambetas son más por velocidad que por astucia.
Es un diez «clásico», que prefiere tener libertades. Y esa fue otra de las razones de la gran victoria de Chelsea sobre PSG.
SIN ATADURAS POSICIONALES
El DT Maresca sumó a Reece James en el mediocampo y así liberó a Palmer, quien partió desde la derecha, pero sin ataduras posicionales. Entonces, Palmer podía bajar a tomar contacto con la pelota para asociarse desde atrás, y también moverse en la zona de definición. No le dio referencias a la defensa de PSG, que nunca supo cómo desarticular el plan de Chelsea.
PERO APARECIÓ UN JOVEN INGLÉS…
Antes de la final, el planeta entero miraba a Hakimi, Dembélé, Vitinha, Doué… los candidatos naturales a ganar el Balón de Oro. Sólo era cuestión de esperar a ver quién iba a ser la figura de la final para ya colocarlo como gran favorito.
Sin embargo, apareció un joven inglés rebelde para robarles el protagonismo. Hoy no importa demasiado quién se quedará con el trofeo de France Football, pero sí vale la pena destacar el carácter y el talento de Palmer para cambiar una historia que parecía escrita, pero no de la manera como finalmente se escribió (RG).