“Alabado seas, mi Señor, en todas tus criaturas”, escribió San Francisco de Asís en su ‘Cántico de las Criaturas’, en la que expresó que todos los seres vivos deben tratarse como “hermanos” y “hermanas”, en tanto son creaciones divinas.

En tal sentido, un animalito es un hermano, y el amor por los hermanos implica tener compasión con los que sufren, lo que el papa Francisco describió como “el lenguaje de Dios”.

No le preguntamos a Patricia Kahale si ha leído la obra de San Francisco de Asís, o escuchado la homilía del papa, pero, tras escuchar algunas de sus historias, no dudamos de que ella habla el lenguaje de Dios con cada uno de los miles de perros que ha rescatado durante años, aliviándoles el dolor de un atropellamiento u otro tipo de accidente.

Entre miles de historias, la de ‘Manchas’ es única

Hace dos meses, Patricia recibió una llamada notificándole de un perro comunitario que, aparentemente tras haber caído por un barranco, se retorcía del dolor. Estaba en Sarare, pero eso no impidió que Patricia y su muy consecuente pareja, manejaran hasta allá para buscar a ‘Manchas’.

“Es que no puedo verlos sufriendo, eso me impulsa a hacer lo que hago”, contó Patricia, y bajo esa premisa que ha sido el norte de su fundación Peludos al Rescate, llegó a Sarare donde se encontró con un animalito rogando ayuda.

“No podía moverse, tenía medio cuerpo paralizado”, recuerda. Y así sería el sufrimiento que, aun teniendo los perros –particularmente los de la calle- un umbral del dolor bastante alto, éste se retorcía del dolor.

No lo pensó dos veces. Montó a ese ‘hermano’ en el carro y se lo trajo a Barquisimeto, donde un veterinario y familiar suyo “que le lleva la cuerda” con sus rescates, confirmó lo que ella, con tantos años de experiencia y conocimientos adquiridos en traumatología canina, ya sospechaba: su médula espinal estaba severamente comprometida.

El riesgo era alto, y la osadía de intentar salvarlo, implicaría gastos y una atención que a veces no tiene ni con ella misma. Patricia optó por la segunda opción. “Esa es la diferencia entre ser veterinario y ser rescatista: la fe que demuestras en lo que haces”, afirmó para confirmar que su elección fue la mejor.

-Pero, cuándo los rescates implican un esfuerzo mayor a tus capacidades, ¿no crees que estás dañando tu propia salud?

-Sí. De hecho, este año, mi salud me ha pasado facturas, pero esto es una pasión que me llena. Estoy repensando mi trabajo, en el sentido que he sido sólo corazón, y ahora debo ser corazón y cerebro para pensar en mí, en mi hogar, en mis hijas.  

Tras apaciguar el dolor de Manchas, comenzó la tarea titánica de rehabilitarlo, lo que significa trasladarlo en brazos hasta el sitio de las terapias, alimentarlo, administrarle los medicamentos, limpiar sus desechos y mantener limpio el espacio del refugio donde él y otros peludos rescatados, tienen cobijo.

Y así, entre fatigantes trasnochos de Patricia y su dedicación 24/7 que fue aliviada por los padrinos que surgieron cuando publicó el caso, en su cuenta de Instagram, Manchas superó el diagnóstico inicial de posible paraplejia y hoy en día recupera poco a poco la movilidad de la parte posterior de su cuerpo.

“Me contaron que  la noche antes de que fuera a buscarlo, alguien le echó un balde agua fría para callar sus aullidos de dolor”, recordó Patricia, reflexionando que “nadie debe hacer sufrir a un animalito” y por eso celebra hoy este caso único en sus varios años como rescatista.

La ingeniero «loca de los perros»

Para algunos, su trabajo es una locura, y de allí viene el sobrenombre que la ha acompañado durante algunos de los 11 años que lleva dedicada al rescate de perros heridos.

Ni caso le hace, porque quienes no aportan, no merecen atención. Por el contrario, esta “loca de los perros” se ha ganado el respeto de quienes, en silencio o expresamente, la apoyan en esta difícil obra de ser rescatista.

“Dios me pone a la gente en el camino”, cuenta esta ingeniero industrial de profesión que no pocas veces le quita tiempo a su vida personal para atender a sus ‘pacientes’, pero por casualidad o causalidad, su pareja y sus hijos, le dan su apoyo solidario.

Asimismo, particulares anónimos, empresas grandes y pequeñas, voluntarios, han visto en el trabajo de Peludos al Rescate, una oportunidad de ayudar. “Hay gente que le gusta ayudar. No pueden ser rescatistas, pero colaboran de alguna manera, y créeme que cuando estás rescatando un perro, por ejemplo, como Manchas, cuyas terapias cuestan 17$ cada una, cualquier aporte es importante”.

Aunque no ocurre los 365 días del año, pero los samaritanos llegan en el momento justo. Desde los que donan alimentos concentrados o comida preparada –Manchas tiene una madrina que le da caldo de huesos- , los que regalan centros de cama y pañales, hasta los que donan lo que sus bolsillos le permiten;  todos le permiten a Patricia continuar con su trabajo, pero sobre todo, reafirman la fe en la solidaridad humana y en la capacidad de sentir compasión por el dolor ajeno.

¿Y qué piensas del  ojo público? Porque así como hay gente solidaria, lamentablemente también hay quienes buscan el lado negativo de todo

Creo que las empresas que tienen años apoyándome no lo harían si no conocieran mi trabajo. Mira esa pipa industrial para la basura, me lo trajo hoy una señora para instalarla en el refugio. ¿Me lo hubiese dado si dudara de la Fundación?

“El mundo del rescate no es fácil: sufres como sufre el animalito, siempre tienes deudas que pagar, porque sí es verdad que hay veterinarios que apoyan, pero no es gratis; siempre tienes un caso tras otro…, creo que vivir eso diario, no tiene intención de lucro”, explica Patricia, señalando un tanque de agua que obtuvo para el refugio, cambiando plástico reciclable.

Por eso, más allá del ‘qué dirán’ y del show de los ‘me gusta’ en redes sociales,  Patricia Kahale asegura que seguirá haciendo lo que hace “hasta que Dios le conceda salud y vida”. Su trabajo como rescatista le ha hecho ver que hay una oportunidad de vida a cambio de un sacrificio

Y en eso coincide con quienes se dedican al rescate de mascotas, cuyas vidas no vuelven a ser las mismas luego de conocer el agradecimiento verdadero y el amor incondicional de los peludos que lo dan todo, a cambio de cariño y atención. Ellos son unos maestros, son verdaderos hermanos.

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