El destino golpeó a las 7:36 p.m.
Durante cinco innings el miércoles en Citi Field, los Mets ejercieron una presión implacable sobre los Filis. Tomaron bases por bolas, conectaron hits, hicieron muchas de las cosas que los habían convertido en una potencia de la Liga Nacional desde que comenzó la segunda mitad de la temporada, y sin embargo, su lado de la pizarra seguía en cero.
Finalmente, en la sexta entrada, Francisco Lindor se acercó al plato con las bases llenas. Si alguna vez hubo un jugador que encarna la transformación de esta organización, el cambio de un equipo constantemente torpe a uno peligroso, es el astro puertorriqueño. En menos de cinco meses, Lindor ha liderado una transformación tan profunda que en este punto, como lo expresó el presidente del departamento de operaciones de béisbol, David Stearns, “parecía que todos en el estadio sabían lo que iba a pasar” cuando llegó al plato.
“Y luego hacerlo”, continuó Stearns, “es simplemente absurdo”.
Lindor conectó una recta a 99.4 mph del dominicano Carlos Estévez, enviándola por encima de la cerca entre el jardín derecho y el central para su segundo grand slam en postemporada y el segundo en la historia de los Mets en playoffs.
Un poco más de una hora después, atravesaba el clubhouse local, botella de champán en mano, ansioso por rociar a cualquiera en su camino. El alcohol lo había empapado tanto que goteaba de su gorra en un flujo constante, mojando los mechones de cabello que sobresalían por debajo. Esta fue la primera celebración con champán en la historia de los Mets en Citi Field, producto de la victoria por 4-1 en el Juego 4 de la Serie Divisional de la Liga Nacional que los envió a la Serie de Campeonato de la L.N. contra los Padres o los Dodgers. El bambinazo de Lindor a casa llena lo hizo posible.
“Simplemente asombrado”, dijo su compañero Pete Alonso. “Ese fue el swing de su vida”.
“Sigo diciendo que podrías escribir un libro”, añadió el mánager de los Mets, el venezolano Carlos Mendoza. “Podrías hacer una película”.
Fue quizás el swing más impactante en la historia del Citi Field, uno que vivirá en la memoria de la franquicia. También fue otro punto culminante para Lindor, otro nivel más alto en un año lleno de ellos.
Cuando los Mets lo adquirieron en enero del 2021, eran una franquicia en transición. La esperanza era que Lindor, una superestrella consolidada en Cleveland que había llegado a la Serie Mundial a los 22 años, pudiera transmitir algo de su “polvo mágico” a los Mets. No lo hizo, al menos no inicialmente. A pesar de nóminas elevadas que su propio contrato de U$341 millones ayudó a inflar, los Mets seguían quedándose cortos. Lindor, un jugador muy bueno durante ese tiempo, nunca dejó su huella en un momento que la gente recordara.
No fue hasta mayo de este año que algo cambió. Comenzó cuando Mendoza movió a Lindor al puesto de primer bate, donde inmediatamente comenzó a prosperar. Noche tras noche, hit tras hit, Lindor se estableció como un candidato al JMV. A finales de ese mes, después de que los Dodgers barrieran a los Mets en el Citi Field, Lindor mostró otro liderazgo al convocar una reunión exclusiva de jugadores. Hasta el día de hoy, varios jugadores de los Mets atribuyen esa reunión en el clubhouse, y el papel de Lindor en ella, al cambio que siguió.
A medida que se acumulaban las victorias, Lindor nunca se salió del protagonismo. El 11 de septiembre, conectó un jonrón como primer bate en el noveno episodio para romper el no hit no run de Bowden Francis en Toronto. Los Mets ganaron esa tarde y siguieron ganando, impulsados por la producción de Lindor en la recta final. A pesar de una lesión significativa en la parte baja de la espalda que lo dejó fuera dos semanas en septiembre, Lindor aseguró el pase de los Mets a los playoffs con un jonrón en la novena entrada del Juego 161 en Atlanta. Mantuvo su impacto en el triunfo en la Serie del Comodín contra los Cerveceros.
Todo eso se acumuló. Y llegó el miércoles. Mientras caminaba hacia la caja de bateo para su primer turno, Lindor avanzó lentamente, se detuvo y hizo un swing de práctica, dando tiempo a los fanáticos para cantar el coro de su popular canción de entrada, “My Girl”. En el pasado, había hablado a menudo de ese tipo de momento, de lo que sucede cuando 44,103 personas están todas unidas en algo.
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Cuando bateó su grand slam cinco innings después, uniéndose al venezolano Edgardo Alfonzo y (en cierta forma) a Robin Ventura como los únicos Mets en hacerlo en la postemporada, el público no necesitó ningún estímulo.
“Tan pronto como hizo contacto, este lugar explotó”, describió Stearns. “Simplemente increíble”.
“Es un momento de ‘Oh My God’”, añadió el segunda base cubano José Iglesias. “Es un privilegio estar en esta situación, viendo las sonrisas. Nos enfrentamos a un gran equipo. Nunca nos rendimos, jugamos duro y aquí estamos celebrando”.
Celebraron en el clubhouse y un poco más en el terreno, donde miles de fanáticos se quedaron para celebrar con sus ídolos. Cuando “My Girl” volvió a sonar en los altavoces del estadio, la multitud cantó al unísono, tan coordinada como un público emocionado podía hacerlo. Gritaron el nombre de Lindor, y por supuesto, “¡M-V-P!”.
Dentro del clubhouse, Lindor estaba más tranquilo. Al igual que en Atlanta, apenas mostró emoción cuando pegó su grand slam contra los Filis. Todavía tiene planes más ambiciosos para esta máquina que ha ayudado a construir. Aún busca una razón adicional para celebrar.
“Quiero ganarlo todo, y este será un equipo que será recordado para siempre”, dijo Lindor. “Será un equipo que cada 10 años aparecerá y comerá gratis donde quiera que vaya. Y quiero eso. Quiero hacer eso. Pero el trabajo no está terminado”.
LA/MLB
Foto: MLB