A 65 años del 23 de enero de 1958, en verdad tal vez sea ya poco lo que haya qué decirse en torno a lo que fue una de las más brutales dictaduras militares  que haya vivido Venezuela, tal vez únicamente superada en arbitrariedades  por la de Juan Vicente Gómez.

Y decimos “tal vez solamente superada por la de Juan Vicente Gómez” por la sencilla razón de que la de este último se prolongó por 27 larguísimos años.

En tanto, la de Pérez Jiménez como tal –es decir, siendo él prácticamente el único dueño del país–, se prolongó por espacio de cinco años, es decir, desde febrero de 1953.

Ello, sin dejar de anotar que la dictadura militar, como tal, comenzó el mismo 24 de noviembre de 1948, cuando una aciaga cuartelada militar dio al traste con el primer ensayo cívico constitucional que encabezaba ese venezolano de excepción llamado Rómulo Gallegos, verdadero ejemplo permanente de civilidad para todos los venezolanos

Esa cuartelada –valga la pena recordarlo — no lo encabezó Pérez Jiménez, como pudiera pensarse,  sino el para entonces ministro de la defensa, teniente coronel  Carlos Delgado Chalbaud, conjuntamente con Pérez Jiménez y otro uniformado bastante oscuro llamado Luis Felipe Lloverá Páez, quienes conformaron una junta militar que asumió el mando del país.

Lo cierto es que, desde el mismo día de la aviesa militarada, comenzaron los prisioneros políticos a poblar las diferentes cárceles de Venezuela.

Así, cayeron tras las rejas muchos ministros, numerosos diputados, senadores y dirigentes políticos del hasta entonces partido de gobierno, Acción Democrática, en todo el territorio nacional.

Y fue ésta una política atrozmente  represiva que se mantuvo incluso aún después del asesinato de Delgado Chalbaud en pleno ejercicio de la presidencia dictatorial, en agosto de 1950, con el abogado Germán Suárez Flamerich como presidente de la que, debido a ello, se transformó en junta cívico-militar.

Era, sin embargo, un secreto a voces que quienes mandaban en el país eran los militares, y no Suárez Flamerich.

Y fue justamente después de éste cuando Pérez Jiménez asumió como presidente “constitucional”, en el año 1953, como antes lo indicamos.

Es decir, fue para ese momento, cuando Pérez Jiménez tuvo en sus manos el poder a plenitud para gobernar a su antojo, como en efecto lo hizo, sin que el pulso le temblara en ningún omento.

El 23 de enero  

En resumen, pudiéramos decir que el derrocamiento de la satrapía de Pérez Jiménez, el 23 de enero de 1958, se debió a la conjunción de una serie de factores que se fueron convirtiendo en detonantes para lo que prácticamente fue después algo así como una verdadera insurrección popular.

En el ello, tomaron parte fundamentalmente la intensificación de las actividades de resistencia por parte de Acción Democrática, fundamentalmente, y del Partido Comunista de Venezuela, que fueron quienes llevaron mayormente sobre sí el peso de la lucha clandestina contra la dictadura.

Aporte de muchos

Pero, en esos primeros 23 días de 1958, también jugaron papel  fundamental los estudiantes, tanto universitarios como de secundaria, especialmente los de la Universidad Central de Venezuela, y el movimiento sindical venezolano.

Igualmente, aportaron a la lucha de resistencia el sector empresarial venezolano, que, ya  al final, brindó su visto bueno a la huelga general nacional que estallaría el 21 de enero, y que se convirtió en la recta final para la caída del tirano.

También es bueno señalar que ya todo eso venia acicateado por la fracasada intentona golpista del 1° de enero, que encabezara desde Maracay el teniente coronel de la aviación Hugo Trejo, que, si bien fue sometida por el gobierno, dejó encendida la chispa para lo que ocurrió 23 días después.

En ese estado de cosas, a Pérez Jiménez no le quedó otra alternativa que renunciar al mando del país, y, a eso de las 2:00 de la madrugada el 23 de enero, voló, junto con su familia y varios de sus más allegados colaboradores, hacia Santo Domingo, República Dominicana,

Allí, lo recibió con los brazos abiertos otro muérgano igual a él, un dictador militar llamado Rafael Leónidas Trujillo, que llevaba ya casi 30 años sojuzgando a  su pueblo quisqueyano.

Por supuesto: También robó

Por supuesto, ya para ese momento, Pérez Jiménez se había hecho de una cuantiosa fortuna, amasada a la sombra de su tiránico ejercicio, al igual que unos cuantos de sus conmilitones, civiles y militares.

Incluso, se hizo famoso el hecho de que, en su aparatosa huida, el dictador en escapada dejó abandonada, en una de sus oficinas de Miraflores, una maleta contentiva de 20 millones de bolívares en efectivo, una descomunal fortuna para ese momento.

Lo cierto es que, ese 23 de enero, el país amaneció con una junta militar integrada por cinco miembros: El vicealmirante Wolfgang Larrazábal, como presidente, y, como integrantes,  los coroneles Pedro José Quevedo, Carlos Luis Araque, Abel Romero Villate y Roberto Casanova, este último apodado “El Turco”.

Al día siguiente, una multitudinaria manifestación frente al  Palacio de Miraflores exigió la salida de estos dos últimos, por considerárseles como militares muy allegados a Pérez Jiménez.

Y, efectivamente, ambos salieron de la junta, que quedó trasformada entonces en cívico-militar, con  inclusión de los civiles Blas Lamberti, ingeniero, y Eugenio Mendoza, empresario bastante conocido en el país para ese momento.

Lo cierto es que, como ha ocurrido casi, siempre en este tipo de situaciones, los muertos y los prisioneros los puso el pueblo, especialmente durante los últimos seis meses de la tiranía, durante los cuales la represión, que ya era de por sí feroz, se intensificó a extremos desproporcionados.

Lo demás es la historia conocida de la época democrática venezolana.

Reinaldo Gómez

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