Diez años han pasado desde que el mundo despertó con una imagen que parecía imposible de olvidar: el cuerpo de Alan Kurdi, un niño sirio de tres años, tendido en la orilla de una playa turca, con el mar devolviendo lo que no pudo proteger. Aquella fotografía, tomada en septiembre de 2015, desgarró conciencias y convirtió a un pequeño anónimo en el símbolo de una crisis que, lejos de resolverse, se ha prolongado como una herida abierta en la historia contemporánea.
La muerte de Alan, junto a su madre y su hermano mayor, no fue un accidente aislado, sino el retrato de una huida desesperada. Una familia que, como millones, buscaba un refugio más allá de la guerra en Siria, confiando su destino a las aguas del Mediterráneo, ese cementerio azul que desde entonces se ha tragado más de 30.000 vidas, según la Organización Internacional para las Migraciones.
En 2015, la indignación pública se transformó en un clamor político. Europa parecía estar ante un punto de inflexión. Se multiplicaron los discursos de solidaridad, se prometieron políticas de acogida, y el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía de marzo de 2016 quiso presentarse como respuesta. Bruselas transfirió 6.000 millones de euros a Ankara a cambio de que Turquía contuviera a los refugiados. La estrategia, sin embargo, priorizó las fronteras por encima de las personas.
Una década después, las cifras son implacables. Amnistía Internacional denuncia que la externalización y el endurecimiento de los controles no han detenido la tragedia, sino que la han multiplicado. Miles de hombres, mujeres y niños siguen desapareciendo en el mar o atrapados en campos de refugiados, mientras los gobiernos europeos se enredan en debates sobre cuotas, muros y devoluciones en caliente.
La fotografía de Alan Kurdi se suponía que sería un espejo, un recordatorio de la urgencia de actuar con humanidad. Hoy, ese espejo refleja más bien la indiferencia y el fracaso colectivo. Europa se sigue mirando en sus propias fronteras, incapaz de ver que detrás de cada número hay un rostro, una historia, un niño que pudo haber sido el nuestro.
El mar, incansable, sigue devolviendo cuerpos. Y la pregunta que flotaba hace diez años permanece intacta: ¿cuándo cambiará la respuesta del mundo ante esta tragedia sin fin?
Fotos: AFP news
