Para el bautizo del pequeño José Gregorio, a los tres meses de vida, la familia se trasladó hasta Escuque, dado que en Isnotú no había sacerdote para cumplir con el sacramento.

Sus padrinos fueron Tomás Lobo y Perpetua Enríquez, vecinos y amigos de la familia. Recibió el agua bautismal el 30 de enero de 1865 en la parroquia Dulce Nombre de Jesús, por el padre Victoriano Briceño.

Los primeros conocimientos de José Gregorio los recibió de su madre y de su tía María Luisa. Con ellas aprendió a leer y escribir. También le enseñaron a rezar, sobre el amor de Dios, y que debía decir sus oraciones al levantarse y al acostarse.

Al ser de una familia devota, era costumbre rezar el Angelus tres veces al día, y a finales de la tarde, el Santo Rosario, dirigido por su padre.

El 6 de diciembre de 1867 fue confirmado en Betijoque, por el Arzobispo de Mérida, Juan Hilario Boset, apadrinado por el Presbítero Francisco de Paula Moreno, representado en el acto por el presbítero Eliseo Portillo.

En 1871 hizo la primera comunión. Su familia era devota de la Virgen Nuestra Señora del Rosario, también de Nuestra Señora de Las Mercedes y de San José.

En el seno familiar aprendió a cultivar y profundizar su fe en esas advocaciones.

Aprendió a ser disciplinado y piadoso gracias a los valores inculcados casa. Las visitas que su madre y tía dispensaban a los enfermos, le admiraban.

La muerte de su madre, un duro golpe

Los primeros años de José Gregorio transcurrieron feliz y sanamente, jugando, rezando y aprendiendo.

Pero el 28 de agosto de 1872, a escasos dos meses de cumplir los ocho años de edad, recibe un terrible golpe: la muerte de su madre, después de un parto.

Josefa Antonia le dejó sabios consejos, las orientaciones, una enseñanza religiosa especial que le acercó a Dios a través de la oración, lecciones de catecismo y mucha fe que se arraigó en el ejercicio de la caridad.

Cuentan que después del fallecimiento de su madre, al salir de clases, se dirigía al cementerio, donde pasaba tiempo sentado sobre unas grandes piedras negras.

Su tía María Luisa quedó como jefe del hogar, cobijando al grupo de huérfanos al ser la hermana mayor. Ella trató de llenar el vacío dejado por Josefa Antonia.

Su creciente fe lo llevó a escribir a los 12 años «Modo breve y fácil para oír misa con devoción», un libro de pocas páginas que somete a la aprobación, por parte de la autoridad de la Iglesia, que no solo concedió su aprobación, también le concedió indulgencias.

Esta pequeña obra trata de la forma en la que el católico debería cumplir con el precepto dominical. José Gregorio confeccionó su escrito de 25 páginas, lo escribió a mano y con hojas cortadas y cosidas por él mismo.

Apariencia y carácter

Su carácter se forjó bajo la disciplina, la prudencia y el sentido de responsabilidad. De apariencia delgada -apenas alcanzaba 1.60 cms de estatura- su piel era blanca, ligeramente tostada por el sol. Tenía una mirada vivaz, clara y penetrante, sus ojos oscuros sabían mirar de frente e inspirar confianza.

De labios delgados, frente despejada, nariz perfilada, rostro ligeramente ovalado y cabeza bien formada. Tenía una sonrisa acogedora y oportuna. Era magnánimo y abnegado.

Se caracterizó por su formalidad y puntualidad, como un hombre sumamente disciplinado, responsable y cumplidor del deber.

Rumbo a Caracas

Cinco años en la institución escolar, motivaron al educador Pedro Celestino Sánchez a recomendar que el joven José Gregorio siguiera sus estudios en Caracas. Su padre lo aprobó.

Así, con 13 años, José Gregorio Hernández se va a la capital, donde continúa sus estudios de bachillerato.

Del Derecho a la Medicina

Sobre la carrera a seguir en el futuro, conversa con su padre. Manifiesta su deseo de seguir estudios de Derecho, pero su padre le alienta a estudiar la carrera de Medicina.

Atendiendo el consejo, ingresó a la Universidad Central de Venezuela en 1881. La vocación se manifestó y se enamoró de la carrera.

Novias o enamoradas

El libro “Se llamaba José Gregorio Hernández”, escrito por el padre jesuita Francisco Javier Duplá, reseña que en su juventud tuvo interés en varias muchachas.

A los 15 años de edad tuvo su primer amor, una joven de nombre María Gutiérrez Azpúrua, quien no le correspondió.

Luego, y según una carta enviada por José Gregorio a su amigo, Santos Dominici, se interesó en una chica de apellido Elizondo.

Más allá de estas reseñas, lo seguro en la vida del Beato, es que su mayor, longeva y sólida relación, fue la que tuvo con Dios y su oficio.

Lázaro Aranguren

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