Para los pioneros del Mayflower la fe estaba por encima de la riqueza, aunque esta última era grata a Dios cuando era producto del trabajo honrado. Para los historiadores caroreños Luis Cortes, Alberto Álvarez ,Orlando Álvarez Crespo , Cecil Humberto Álvarez, Pedro Domingo Oropeza y Gerardo Pérez González, esta premisa de la fe convertida en apego telúrico y trabajo constante y esforzado son las claves de la caroreñidad, sentimiento sobre el cual se alcanzaron una serie de logros económicos que hicieron de Carora un referente nacional a mediados del Siglo XX, historia reciente que toca registrar cono ejemplo de lo que una sociedad democrática puede construir basada sobre valores transcendentes.
Como ejemplo de esta reciedumbre caroreña para adelantar proyectos sin mucho calculo ni planificación pero si con una fe que lapida al pesimismo, vamos a relatar un episodio antiguo que si bien no cumple las formalidades de una revisión histórica rigurosa, se acopla a lo que es la idiosincrasia caroreña.
Cuando Augusto Álvarez, Ricardo Riera y Jose Alejandro Riera deciden montar un central para procesar caña, no tenían en mente producir azúcar sino fabricar papelón en alta escala, centralizar la producción que ellos tenían en sus fincas usando trapiches y además procesar caña de aéreas vecinas.
Para esta empresa invirtieron un millón de bolívares, para ese momento esa era una importante suma de dinero que superó cinco veces el capital con el cual fue fundada Prolaca meses atrás y superaba de forma monumental el presupuesto del Concejo Municipal de Torres. Habían realizado este esfuerzo contando con una distribución y comercialización segura del papelón, su sistema de almacenamiento era para papelón, su flota de vehículos acondicionada para el papelón, pero resulta que el nuevo central daba una meladura muy fina que no servía para hacer papelón.
Al conocer esta situación se pusieron tristes y su primera reacción fue paralizar el centralito y continuar con la fabricación de papelón en sus fincas. No obstante entraron en un proceso de consultas técnicas y un experto les dijo que abandonar las nuevas instalaciones era una locura, que su habían dado el paso de acceder a nuevas tecnologías debían echar palante.
Fueron varios días de preocupación que seguramente fue parte de sus conversaciones familiares, bajo el amparo de tres esposas que eran diamante en polvo en materia religiosa, portadoras de una fe inquebrantable en que la bondad de Dios siempre recompensaba los esfuerzos nobles.
Por fin se reunieron para tomar una decisión respecto al futuro del Central que habían montado, sobre esta reunión no hay acta que informe de manera documental sobre la agenda tratada y los argumentos presentados por cada uno, solamente hay un relato proveniente del personal de servicio: Allí estaban los tres, más serios que de costumbre y con la mirada puesta en unos gráficos sobre producción de meladura para fabricación de azúcar morena. Pidieron café y en tarro parte vieron un polvo granulado y oscuro, preguntaron y la muchacha les dijo que se había acabado el azúcar y ella decidió moler a piedra un pedazo de papelón para que endulzaran el café. Será un aviso, dijo uno de ellos, los sabios dicen que no hay casualidades. Siguieron conversando y al final uno de ellos dijo: Vamos entonces a continuar con este central, haremos azúcar morena y que como dice mi esposa, que sea lo que Dios quiera. Dice Javier Riera que desde arriba dijeron amén.(JER)
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