Barquisimeto se paraliza desde Navidad, gestiones y tareas quedan “para después de la Divina Pastora”. La ciudad es un animado alboroto desde los primeros días de enero.
El poblado de Santa Rosa se convierte en un hervidero los días previos a la procesión de la Patrona: carros y buses con peregrinos y devotos buscan un huequito en las calles serpenteantes plagadas de acomodadores y cientos de feligreses que quieren ver a la Virgen. Escuelas y colegios también acuden a dar su saludo a la Pastora. La iglesia se hace pequeña para acoger a tantos fieles.
Hoteles y posadas están reservados desde hace tiempo, al igual que el hospedaje en las casas de familiares y amigos. Muchos vienen de otras ciudades para participar en la magna procesión. Hay varios programas en paralelo. Visitar el Manto de María es obligatorio, los actos protocolares y homenajes a la Virgen son tantos que hay que elaborar un manual que permita asistir a los más relevantes, obviamente según el interés y el gusto de cada quien.
La tradición de “caminar la Virgen” se mantiene incluso desde los días anteriores, quiere decir que –generalmente para cumplir promesas o en agradecimiento por algún favor recibido– cientos de personas recorren los 7 kilómetros y medio que van desde Santa Rosa a la Catedral, o viceversa, por la misma ruta del recorrido de la procesión del 14 de enero.
Las celebraciones en las casas se suceden día tras día. Siempre he pensado que la procesión de la Divina Pastora es una especie de “Día de Gracias” (el Thanks Giving gringo) pues es una oportunidad de encuentros y reencuentros, incluso entre propios y extraños. La música es parte de la devoción, como todas las cosas en Barquisimeto donde sin música no hay vida. Las fiestas van de la mano con cuatros, guitarras, maracas, tambores, cantantes, bailadores y “aplaudidores”.
Este año fue la visita número 165. Casualmente coincidió con mi estadía en la ciudad y me arropó la “euforia Divina Pastora.” Circula reiteradamente una pregunta obligada a modo de saludo: “Epa, ¿y qué vas a hacer el día de la procesión?” Muy temprano los trotadores abren la jornada y llevan sus parabienes a la Virgen. Los caminantes comienzan a llenar calles y avenidas. Familias, comercios e instituciones montan sus tarimas a lo largo del recorrido, repartiendo agua, jugos y frutas a quienes van pasando. Un río variopinto de niños, jóvenes, adultos y abuelos se vuelve una masa compacta de rezos y cantos donde la solidaridad de un acto igualitario, se refleja en cada rincón y en cada esquina. Siempre me impactan los pies descalzos, los pastorcitos, los nazarenos, los grupos enteros que se identifican con franelas o gorras para no “esperdigarse”. En 165 años no han habido desórdenes, ni música estridente, ni irrespetos, nada que empañe la manifestación de fe más grande de Venezuela y del mundo.
El arraigo es a la vez devoción, pertenencia, esperanza y alegría. Mi familia es “pastoreña” por tradición y convicción. Mis hermanos y primos han sido asiduos cargadores de la imagen y hemos compartido con ellos la experiencia de la bajada de la Virgen, de los homenajes musicales y de la mística noche de vigilia. Las cosas que allí ocurren en tan solo pocas horas dan para escribir una novela testimonial de más de mil páginas.
Otra cosa para señalar con orgullo es que ese día 14 de enero, en muchas ciudades del mundo, larenses y venezolanos celebraron a la Patroncita con misas y rosarios. Es una devoción que se ha esparcido planetariamente llevando consuelo al dolor de la patria lejana de millones de expatriados y emigrados.
Yo, con la misma expectación de mi niñez y a pesar de mi fobia a las multitudes, me lancé emocionada a ver pasar la Virgen y caminarla por un rato. ¡Por Dios que me espeluzno cuando la tengo enfrente!
Este año tuve una gran decepción. La Pastora pasó por la esquina cercana a mi casa como una exhalación. No sé si andaba en patines o en un cohete de propulsión a chorro; en el Pastora-móvil obviamente no era. Una de mis hermanas opinó con la misma tristeza: “No pudimos rezarle ni un Ave María cuando nos pasó por delante”. Haciendo un monumental esfuerzo –entre empujones, pisones y tropiezos– logré llegarle más o menos cerca. Sentí que era una falta de respeto con los devotos y peregrinos y también con la Virgen. La Pastora hace honor al lento y digno ritmo de Hendrina, su segundo himno, vale decir va a paso de reina, poco a poco, recibiendo los vivas, los aplausos, los cantos, las oraciones y las lágrimas de emoción de quienes la ven pasar en su trono.
Pude ver a unos jóvenes de chalecos amarillos encargados de custodiarla y el cordón de seguridad alrededor de la imagen. Quise percatarme de las razones de ese inexplicable carrerón con que llevaban a la Virgen, fue imposible, la velocidad era mayor que cualquier reflexión. Comprobé que mi impresión no estaba errada pues la imagen llegó a la Catedral a media tarde en medio de un solazo y un calorón. La misa hubo de celebrarse como estaba programada a las 5 de la tarde, así que la Pastora y la masa humana que la acompañaba tuvo que permanecer varias horas llevando sol, cuando es costumbre que esta misa se inicie con la fiesta de los crepúsculos que dan paso a la noche.
Ante esta novedad de una Pastora que no caminó sino que corrió solo me queda sugerir que los entusiastas jóvenes de chalecos amarillos sean entrenados y ensayen “pasos de procesión”, deteniéndose en algunos sitios para “mecer” la imagen y permitir que quienes la veneran le lancen flores, piropos, cantos y pidan sus bendiciones.
Se dice que “este año hubo más gente que nunca”, es el comentario que corona cada procesión. Barquisimeto tiene casi dos millones de habitantes y la procesión reúne alrededor de dos millones y medio de personas. El año que viene el 14 de enero cae domingo, así que se esperan muchos más peregrinos, quienes se sumarán al grito emocionado: “¡Que viva la Divina Pastora!”