Papá y mamá trabajaban. El horario de ella en los tribunales era más rígido, mientras que papá era su propio jefe en su óptica, lo que le daba más tiempo para dedicarle al hogar. De allí que su rol en mi formación terminara siendo determinante.
Papá se quedaba sentado junto a mí en la mesa hasta que terminara de comer. Después tenía que lavar mi plato, lo cual él no sólo me enseñó, sino que lo hizo inculcándome la conciencia de ahorrar agua mientras los enjabonaba.
Al caminar por la calles me enseñó desde los más elemental, como dar los buenos días y buenas tardes, o pedir permiso y a dar las gracias; hasta lo más filosófico y optimista. Un ejemplo imborrable fue aquella vez que paseábamos y yo me fijé que en menos de una cuadra había varios negocios del mismo ramo.
Pregunté si eso los hacía vender menos, y con serenidad me respondió: “hijo, el sol sale para todos”. Ese humildad marcó mi personalidad, porque así se ganó el respeto y la consideración de sus clientes y de quienes lo conocieron. Cómo olvidar a quienes en la calle le llamaban doctor, y él les respondía que era sólo un servidor.
Mi padre me llenó de acciones ejemplificantes, y también de anécdotas, porque además de optomestrista, era cantante, y ese mundo también lo compartió conmigo. El divorcio de mis padres no me separó de mi mejor amigo, ni siquiera su partida de plano, porque guardo la certeza de que hizo bien su trabajo y el compromiso de ahora transmitir sus enseñanzas.
Esta es sólo una de las #HistoriasReales que publicamos hoy con motivo de este Día del Padre. ¿Ya leíste las demás? ¡Te conmoverán!
Historia: @juliourdanetam / FOTO: Serie padres en la calle, de @AngelZamb11