Cómo cada primero de noviembre la religión católica conmemora el Día de Todos los Santos, festividad dedicada a honrar la memoria de todos los santos y beatos, tanto los reconocidos oficialmente por la Iglesia como aquellos anónimos que, según la fe, alcanzaron la santidad.
Actualmente, la Iglesia celebra a todos los santos y beatos, tanto aquellos canonizados como los que, desde el anonimato, alcanzaron la plenitud espiritual. Es una jornada de luz, de gratitud y de comunión con quienes vivieron con fe, amor y entrega.
Esta tradición, que se remonta al siglo VIII con el papa Gregorio III, fue extendida a toda la Iglesia por Gregorio IV en el año 835. La elección del 1° de noviembre no fue casual: buscaba transformar antiguas festividades paganas en una celebración cristiana de esperanza y trascendencia.
En este día, los fieles acuden a templos y cementerios, elevan oraciones, embellecen tumbas y renuevan el vínculo con sus seres queridos fallecidos. Es un acto de memoria y de fe, donde la santidad se reconoce en la vida cotidiana, en el sacrificio silencioso, en el amor que permanece.
Aunque comparten cercanía en el calendario, el Día de Todos los Santos y la Conmemoración de los Fieles Difuntos (2 de noviembre) tienen enfoques distintos. Mientras el primero exalta la santidad, el segundo celebra la vida de quienes partieron, especialmente en culturas como la mexicana, donde la muerte se viste de colores, música y alegría.
En el caso venezolano, este fecha coincide con con la primera canonización de los nuevos santos, San José Gregorio Hernández y Santa María Carmen Rendiles.