Por Hernán Porras Molina
En la era digital, la privacidad se desvanece ante nuestros ojos más rápido de lo que podemos imaginar. La reciente serie «Espionaje» de Netflix nos ha dado un sombrío vistazo a las vastas redes de vigilancia lideradas por potencias mundiales como Estados Unidos, China y Rusia. Pero la verdadera inquietud no yace en los oscuros pasillos de las agencias de inteligencia, sino en la intimidad de nuestros propios hogares, donde nuestros hijos están siendo vigilados por sus propios dispositivos.
La tecnología ha avanzado de manera vertiginosa, y con ella, la capacidad de nuestros teléfonos para captar y analizar cada aspecto de nuestras vidas. La inteligencia artificial, esa herramienta tan poderosa, ahora se encuentra incrustada en nuestros dispositivos móviles, detectando automáticamente rasgos biométricos y reconociendo cada rostro en nuestras fotografías y videos. ¿Pero a qué precio?
Recientemente, me encontré navegando por Instagram cuando algo perturbador sucedió: fotos de un evento corporativo en el que había participado comenzaron a aparecer en mi feed. Lo inquietante no fue que las imágenes estuvieran allí, sino que no había sido etiquetado por nadie. ¿Cómo era posible que estas fotos me encontraran, incluso sin una etiqueta explícita? La respuesta fue reveladora y, a la vez, alarmante.
Resulta que los algoritmos de Instagram ahora tienen la capacidad de escudriñar nuestras fotos, infiltrarse en nuestros estados de WhatsApp y colocar en nuestro feed imágenes que, biométricamente hablando, nos pertenecen. El propósito detrás de esta invasión de privacidad es claro: aumentar la interacción y la conexión con personas que previamente no conocíamos ni seguimos. Es una práctica insidiosa que socava aún más nuestra privacidad y autonomía.
Pero la intrusión no se detiene ahí. Nuestros teléfonos no solo nos ven, también nos escuchan a través de los micrófonos incorporados. Registran nuestros gustos y preferencias a partir de nuestras compras y el contenido que consumimos en línea. Incluso pueden distinguir entre las múltiples cuentas de redes sociales que administramos, presentándonos contenido dirigido a cada una de ellas, incluso cuando no estamos activamente en su interfaz.
¿Cómo es posible esta violación de la privacidad? La respuesta radica en la identificación única de cada dispositivo, conocida como IMAC. Con esta información, las plataformas pueden rastrearnos a través de múltiples cuentas y perfiles, sin importar cuán separados creamos que están.
La pregunta que surge es inevitable: ¿dónde está el límite? ¿Cuándo cruzamos la línea entre la conveniencia y la invasión de la privacidad? Es fundamental que como padres estemos al tanto de estas prácticas y tomemos medidas para proteger a nuestros hijos de la vigilancia indiscriminada de sus propios dispositivos.
Es hora de exigir una mayor transparencia por parte de las empresas tecnológicas y de establecer límites claros sobre cómo se recopila, utiliza y comparte nuestra información personal. Nuestros hijos merecen crecer en un mundo donde su privacidad y autonomía sean respetadas, no comprometidas en aras de la conveniencia y el lucro.
En última instancia, la responsabilidad recae en nosotros como consumidores y ciudadanos digitales. Debemos educarnos y tomar medidas para proteger nuestra privacidad y la de nuestros seres queridos en este mundo cada vez más conectado y vigilado.
Hernán Porras Molina
Autor y Experto en Reputación en Línea
TecnoFuturo24.com