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(AP) — En una concurrida zona de ocio de Tel Aviv, los comensales llenan los asientos al aire libre y chocan sus copas mientras la música llena el ambiente. Hay risas, hay vida. Pero a su alrededor, en farolas y tiendas, están las fotografías de los rehenes cautivos en Gaza, un crudo recordatorio de que Israel está en guerra y quedará marcado para siempre por el ataque más letal de su historia.

 

En vísperas del primer aniversario de la guerra de Israel contra Hamás en Gaza, a simple vista podría parecer que gran parte de la vida en el país ha vuelto a la normalidad. Pero la conmoción por el ataque insurgente del 7 de octubre, por el cautiverio de los rehenes y por la apertura de un nuevo frente contra el grupo político-político paramilitar Hezbollah en el norte, hace que muchos israelíes se sientan deprimidos, abatidos y enfadados a medida que el conflicto se adentra en su segundo año.

 

La incertidumbre sobre el futuro ha ensombrecido casi todos los aspectos de la vida cotidiana, aunque la población trate de mantener una sensación de normalidad.

 

La conversación sobre la situación siempre está presente”, dijo el activista Zeev Engelmayer, cuyo proyecto de postales diarias con ilustraciones de rehenes o de la nueva realidad israelí se ha convertido en habitual en las protestas contra la guerra. “Incluso quienes están sentados en los cafés están hablando de ello, en todas y cada una de las situaciones que veo. Es imposible escapar. Se ha infiltrado en cada aspecto de nuestra vida”.

 

Los conmocionados israelíes se sienten desesperanzados

El ataque de Hamás, en el que murieron unas 1.200 personas y otras 250 fueron tomadas como rehenes, quebró la sensación de seguridad y estabilidad de los israelíes en su país.

 

Muchos se han visto sacudidos por la evolución de la guerra. En Gaza hay todavía casi un centenar de rehenes, de los cuales se cree que menos de 70 están vivos. La población israelí ha sufrido ataques — misiles de Irán y Hezbollah, drones explosivos de Yemen, tiroteos letales y apuñalamientos — mientras la región se prepara para una nueva escalada.

 

Han visto cómo se acusa a Israel de cometer crímenes de guerra y genocidio en Gaza y cómo está cada vez más aislado a nivel internacional.

 

“Tengo casi 80 años. En este país crecimos con la sensación de que libramos guerras cortas y las ganamos rápidamente”, dijo el historiador israelí Tom Segev, que describió un nuevo sentimiento de absoluta desesperanza. “No estamos acostumbrados a una guerra larga”.

 

Durante mucho tiempo, los israelíes han tenido la sensación de que su país, nacido de las cenizas del Holocausto y sobreviviente de multitud de amenazas regionales, es una historia de éxito, apuntó Segev. Han luchado, añadió, para tener una normalidad parecida a la de los europeos y los norteamericanos, aunque su realidad durante décadas no ha sido esa.

 

“Creo que la historia está retrocediendo”, señaló acerca del último año. “Todo lo que hemos logrado en nuestro camino para convertirnos en un Estado normal no está sucediendo”.

 

Los recordatorios están por todas partes. En una graduación de la Universidad Hebrea de Jerusalén había un enorme lazo amarillo delante del escenario: un homenaje a un graduado que no asistió porque su hermano había muerto en Gaza en la víspera.

 

Aumentan las divisiones internas

Las enconadas divisiones internas se suavizaron brevemente tras el ataque de Hamás, pero desde entonces no han hecho más que intensificarse. A las protestas semanales para reclamar un alto el fuego que libere a los rehenes acuden sobre todo israelíes judíos laicos contrarios al primer ministro, Benjamin Netanyahu, y a su gobierno.

 

Según una encuesta elaborada en septiembre por el centro de estudios Israel Democracy Institute de Jerusalén, el 61% de los judíos israelíes de derechas — la base electoral de Netanyahu — respaldan la continuidad de la guerra.

Ocupados con sus propios traumas, la mayoría de los israelíes casi no presta atención a la destrucción en Gaza, aunque el Ministerio de Salud de la Franja dice que han muerto más de 41.000 palestinos. La prensa israelí no se han hecho apenas eco de la destrucción. Los israelíes que reclaman un alto el fuego lo hacen principalmente por la situación de los rehenes.

 

Muchos israelíes están furiosos con sus líderes y con el ejército por no haber evitado el ataque de Hamás. Se espera que decenas de miles de personas asistan a un acto alternativo para conmemorar el primer aniversario, frente al acto oficial del gobierno. La ceremonia estatal se grabará previamente sin público en directo, en parte por temor a abucheos e interrupciones.

 

“Lo que perdimos el 7 de octubre, y que aún no hemos recuperado, es nuestra sensación de seguridad”, dijo Muli Segev, productor ejecutivo de “Eretz Nehederet”, un popular programa de humor. “A pesar de todo, hemos podido crear una vida que es bastante abierta y occidental”.

 

“Especialmente en Tel Aviv. Hacemos nuestra vida y no pensamos en el hecho de que nuestras vidas no son más que pausas entre guerras y entre estallidos de violencia”, agregó.

 

En los primeros meses de la guerra, el contenido del programa era más amable y se centraba en lo que unía a la sociedad israelí, como la masiva respuesta de voluntarios civiles. Con el tiempo, la sátira se hizo más mordaz, incluyendo una interpretación de las negociaciones en las que los rehenes eran hijos de políticos israelíes y quedaban libres en menos de dos horas.

 

Algunos aspectos de la vida se han recuperado: playas llenas de gente, cafés abarrotados, conciertos y eventos deportivos de nuevo en las agendas. Pero los residentes comprueban también donde está el refugio antiaéreo más próximo, lidian con la cancelación de las clases cuando repunta la violencia y evitan algunas zonas. Las noticias negativas son constantes, como la muerte de seis de los rehenes en agosto.

 

“Es una pesadilla. Apenas nos estamos acostumbrando”, dijo Maya Brandwine, una diseñadora gráfica de 33 años que fue testigo de un tiroteo en Jaffa en el que murieron siete personas el martes. “Tengo muy pocas esperanzas. Estoy segura de que la situación no hará más que empeorar”.

 

En una cafetería de Tel Aviv, Dror Rotches, un diseñador gráfico de 47 años, afirmó que “tratamos de salir todo lo posible, ver a los amigos e intentar olvidar por unas horas. Luego regresamos a casa y seguimos arrastrándonos por el lodo”.

 

Otros simplemente no pueden regresar a casa. Más de 60.000 residentes se vieron obligados a abandonar sus hogares cerca de la frontera norte con Líbano y miles de las localidades del sur atacadas el 7 de octubre están en alojamientos temporales. Decenas de miles de soldados reservistas están en su segunda o tercera campaña tras dejar atrás a sus familias y empleos.

 

“Como la guerra continúa y no podemos ver el final, hay también una especie de gran preocupación por el futuro, y, para algunos, de si hay siquiera un futuro aquí”, apuntó Muli Segev.

 

En este café, la vida se encuentra con la guerra

El Café Otef parece una cafetería cualquiera de Tel Aviv: los clientes ríen y toman café de especialidad junto a un parque infantil y suena música rock ligera. Pero junto a los bocadillos y pasteles hay bombones elaborados con las recetas de Dvir Karp, asesinado en el asalto del 7 de octubre, y quesos del kibutz de Be’eri, donde hubo más de un centenar de muertos y 30 personas fueron tomadas como rehenes. En las bolsas y camisetas a la venta se puede leer “Volveremos a florecer”.

 

La cafetería, que lleva el nombre de la región próxima a Gaza, está regentada por residentes de Re’im, uno de los kibutz atacados. Es el segundo establecimiento de la nueva cadena, que busca apoyar a los habitantes en una ciudad del sur de Israel donde las vidas dieron un vuelco.

 

“La guerra sigue desde hace casi un año y siento que si no vivimos, moriremos”, dijo Reut Karp, propietaria del café y exesposa de Dvir. Ahora vive junto a la mayor parte de su kibutz en un alojamiento provisional cercano.

 

El negocio da un propósito a su vida mientras la comunidad enfrenta el trauma y la incertidumbre de regresar a casa. Aunque le resulta extraño ver pasar a la gente haciendo su vida normal, tanto ella como su personal han encontrado consuelo en la rutina.

 

“Debemos levantarnos de la cama y seguir viviendo, trabajando y teniendo esperanza”, manifestó Karp. “Porque sin esta esperanza, no tenemos nada”.

 

AC

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