Parada en la puerta de su casa bajo el sol de los Andes del sur de Perú, Vilma Huamaní mira con preocupación cómo la pequeña laguna de Cconchaccota, eje de la vida de su comunidad, se secó hasta quedar convertida en una planicie de tierra resquebrajada y rodeada de pasto amarillento.

Huamaní, de 38 años y madre de cuatro, recordó que en la laguna habitaban truchas, los niños nadaban, los flamencos andinos llegaban volando sobre las montañas y las ovejas bebían de sus orillas. Todo ha desaparecido.

“Totalmente se ha secado”, dijo Huamaní, quien indicó que el periodo de lluvias no ha llegado pese a que solía comenzar en septiembre. La siembra de papa -el único cultivo que crece en su aldea ubicada a 4.100 metros de altitud- se ha retrasado, por lo que sus habitantes creen que podría haber escasez de alimentos en los próximos meses. Estos días los vecinos de Cconchaccota se alimentan con las reservas que poseen del tubérculo que fue deshidratado mediante una técnica de la época de los Incas para sobrevivir durante las hambrunas.

Los expertos afirman que los Andes del sureste peruano soportan su periodo más seco en casi medio siglo. Según datos oficiales a los que accedió The Associated Press, octubre de 2022 tuvo una ausencia marcada de lluvias similar a la del mismo mes de 1976. “Es un valor récord”, dijo Yuri Escajadillo, climatólogo del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (Senamhi).

De acuerdo con el Índice de Precipitación Estandarizado (SPI, por sus siglas en inglés) -que se usa a nivel internacional para definir sequías en una serie de escalas de tiempo- en octubre se obtuvo un valor de -2 en la región, lo que se califica como “extremadamente seco”.

La falta de lluvias afecta a más de 3.000 comunidades del centro y sur andino de Perú.

En Cconchaccota no hay agua potable, desagües, ni telefonía pese a que la región a la cual pertenece recibió 50,4 millones de dólares en lo que va del año por la explotación de una cercana mina de cobre, la novena más grande del mundo llamada Las Bambas. Los pedidos de auxilio a las autoridades, por más de dos meses, no tuvieron respuesta.

Entonces Grisaldo Challanca, un joven campesino local, usó su celular para grabar videos, editar y preparar un reportaje sobre la sequía que luego publicó en una página de Facebook. Challanca recordó que tuvo que subir a 4.500 metros de altitud para conseguir conexión a internet.

Las radios rurales de los Andes y una televisora nacional prestaron ligera atención a la sequía. La tardía respuesta de las autoridades regionales recién llegó la semana pasada con la entrega de paquetes de avena forrajera para el ganado ovino, vacuno y los camélidos sobrevivientes.

En un recorrido reciente por la comunidad, AP observó ovejas muertas en las mesetas con escaso pasto amarillo y corderos tan débiles que apenas podían sostenerse en pie. John Franklin Challanca, un pastor de 12 años, relató que su familia acumula medio centenar de ovejas muertas. “Los animales están puro hueso”, dijo sobre las que aún están vivas.

La semana pasada hubo una lluvia leve, la segunda después de casi ocho meses, y todos los comuneros sacaron sus cuencos para juntar algo de agua. Pero las gotas levantaron polvo al caer sobre los terrenos y a la mañana siguiente el fuerte sol de los Andes había evaporado la escasa humedad del suelo.

Los vecinos toman agua para su consumo de un manantial que en ocasiones se seca en una zona cercana llamada Almachayoccpata, donde está el cementerio local.

La falta de agua siempre ha perseguido a Vilma Huamaní, quien junto a su familia llegó en 2020 a Cconchaccota desde Lima -la segunda ciudad más grande del mundo en medio de un desierto después de El Cairo- huyendo del COVID-19. En la capital vivía en un cerro sin acceso al agua potable, pagaba en promedio seis veces más que un hogar que sí está conectado a la red de distribución y su consumo diario ni siquiera alcanzaba el mínimo de 100 litros recomendado por la Organización Mundial de la Salud.

“Día a día pido, ojalá que caiga la lluvia… cuando hay lluvia crecen los pastos, la papa”, dijo Huamaní. Su marido, ausente, encontró un trabajo en la minería artesanal de cobre que ha brotado en los Andes por el alto precio del metal rojo, del cual Perú es segundo productor mundial.

La falta de lluvias en parte de los Andes está relacionada con el fenómeno de La Niña, que golpea a la zona en 2022 por tercer año consecutivo, según la agencia metereológica de Naciones Unidas. La sequía también se ha dejado sentir en Bolivia, Paraguay y Argentina. En este último, hay 22 millones de hectáreas con “sequía severa” y su principal región agrícola es la más afectada, según sus autoridades.

Los campesinos de los Andes en diversas regiones de Perú y Bolivia elevan sus plegarias pidiendo lluvias. Los rezos se realizan a orillas del lago Titicaca, que comparten ambos países, o en cerros a quienes los pobladores indígenas consideran dioses. El domingo, en la plaza de armas de Cusco durante las danzas campesinas en honor de la más famosa peregrinación local -Señor de Qoyllur Rit’i o la Estrella de Nieve- también rogaron por lluvias.

“Estamos pidiendo la misericordia de Dios para que llueva… que nos perdone algún pecado», dijo Francisco Huamán, un campesino y flautista de la aldea Carpapampa, en la provincia de Paucartambo.

En la única iglesia evangélica de Cconchaccota, Rossy Challanca comentó que la sequía era un castigo “por los pecados del hombre” y una señal clara del fin del mundo que iba a llegar pronto junto a pestes, guerras y hambrunas.

Pero para los expertos la laguna pudo haberse secado porque tenía menos de un metro de profundidad, dependía exclusivamente del agua de lluvia y está sometida a una fuerte radiación solar con gran pérdida de agua debido a la evaporación.

Wilson Suárez, profesor de hidrología de montaña y glaciología de la Universidad Nacional Agraria La Molina, de Perú, indicó que todas esas características constituyen “un cóctel ideal» para que se sequen las pequeñas lagunas en la zonas altoandinas. “Con medio metro de profundidad, va a estar siempre sometida a la radiación, con gran pérdida por evaporación”, dijo.

Suárez, quien también es investigador del Senamhi y estudioso de los Andes del sur, destacó que la pérdida de la laguna provoca “un impacto económico” en los campesinos de la comunidad a los que durante años el espejo de agua les garantizó la hidratación de su ganado.

“Esto les tiene que poner sobre aviso de que los tiempos están cambiando”, comentó Suárez. “Una sequía no es fácil de manejar… el clima está cambiando», sostuvo.

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