
Cada mañana, al cruzar el núcleo de postgrado de agronomía de la UCLA en Cabudare, el tiempo parece detenerse en un suspiro amarillento. No es solo un tránsito académico, sino un ritual donde la ciencia y la poesía de la tierra se entrelazan. Entre edificios que guardan saberes, un espectáculo ancestral espera con paciencia botánica.🌳🍃
Allí, erguido como centinela del trópico, el Arguaney despliega su majestad dorada. Sus ramas, cargadas de racimos amarillos, filtran la luz del 🔆 amanecer creando un mosaico de sombras danzantes sobre el camino. Este árbol, otrora llamado «acero maderable» por sostener sobre sus hombros lignificados el progreso ferroviario del siglo XIX, hoy sostiene algo más precioso: la capacidad de asombro.
Qué afortunado destino el nuestro: mientras estudiamos los secretos de la tierra, un tesoro nacional nos regala su esplendor sin pedir nada a cambio. El Arguaney transforma nuestra óptica, convirtiendo el simple acto de pasar entre aulas en un peregrinaje hacia lo esencial. Cada pétalo amarillo que cae es una moneda de 🪙 oro divino, recordándonos que la verdadera riqueza no se mide en créditos académicos, sino en la capacidad de detenerse y maravillarse.
En este rincón de Cabudare, la agronomía se vuelve alma y el paisaje, sabiduría. El Arguaney, con su brillo emblemático, nos susurra que el conocimiento más profundo a veces no está en los libros, sino en aprender a ver—con gratitud reverente—la mejor maravilla que la creación nos ha proporcionado.