En el tepuy madre de todas las aguas, un tachirense-caroreño ofreció un concierto para la sanación
El compositor y pianista José Agustín Sánchez (JAS Compositor) sigue innovando en el uso de la música y del arte como herramienta de sanación.
Esta vez, como parte de su gira por el macizo guayanés, al sur de Venezuela, realizó una ofrenda musical totalmente inédita, consistente en un concierto de piano al aire libre en la mina de oro del Arenal, ubicada en la comunidad indígena de Campo Alegre, de la famosa Gran Sabana, llevando reflexión y no crítica a un punto de reconciliación con la naturaleza.
Además, llevó su música a la cima del tepuy Roraima, siendo la primera expedición artística en recorrerlo, en tanto todas las anteriores habían sido netamente científicas. Las etnias locales acogieron al joven maestro y le permitieron el acceso en ambos lugares, siendo la primera persona en subir un piano tanto en la zona minera, como al tepuy conocido como “la madre de todas las aguas”.
Pero ¿por qué llevar una ofrenda musical a una mina de oro? ¿Quién se atreve a realizar una actividad artística en un lugar de minería? El músico nacido en el estado Táchira, pero criado en Carora, cuna del laureado artista larense Atilio Díaz, responde en forma reflexiva.
“Hay ruidos que destruyen, pero hay cantos que edifican, sensibilizan y sanan. Cuando la música se percibe como un lenguaje que trasciende el entretenimiento, es posible ofrendar una oración artística que pueda representar una acción de amor hacia la naturaleza, un llamado y en esa conexión infinita con el planeta, no somos sólo individuos coexistiendo en el planeta, somos humanidad y como tal debemos preguntarnos constantemente ¿qué cosas son las que tienen valor y qué estamos dispuestos a hacer cada uno de nosotros para conseguirlas”.
Antes de la actividad en la mina, José Agustín venía de realizar otras presentaciones en el origen del mundo: el macizo guayanés, que incluyó una expedición histórica a la cima del tepuy Roraima, para hacer una serie de ofrendas musicales en las que por primera vez en la historia, tanto Inparques como las comunidades indígenas de Kumarakapay y Paratepuy, permitieron que se subiera a este templo natural un piano eléctrico.
La proeza tomó nueve días (tres subiendo, cuatro en la cima y dos bajando), contando con tecnología de punta para que el instrumento fuera alimentado por un panel solar, ya que el silencio del Roraima es primordial y no podía ser violentada por plantas eléctricas.
“En la expedición musical al Roraima quisimos documentar los sonidos del lugar, ya que dado el calentamiento global estamos perdiendo las sonoridades prístinas. Sabemos que hay microclimas en extinción en la tierra, entonces queríamos tener el registro de cómo suena el tepuy en 2022, para saber cómo es su canto y cuál es su mensaje. En la cima realizamos 5 ofrendas musicales: en la Ventana del Cielo, en el Abismo, en el Maverick o cumbe del Roraima, en los jacuzzis de cristales y en la Cueva Ojo de Cristal, que es muy sagrado para los indígenas y solo expediciones científicas entran en ella, incluyendo un equipo ruso en 2015, que determinó que el Roraima tiene las aguas más puras del planeta. Nosotros nos adentramos casi 3 km en la cueva con el piano para hacer la ofrenda”.
El joven orgullo del Táchira y caroreño de corazón, lleva ya cerca de tres meses recorriendo primero el estado Amazonas y ahora el estado Bolívar con sus actividades de “desinfección musical” y “vacunas musicales”, con las que había recorrido previamente 15 entidades del país. No es primera vez que toca en un lugar de explotación minera. En Bolivia ya lo había hecho en 2017, al llevar un piano 300 metros bajo tierra, en el Cerro Potosí, la mina de plata más grande del mundo.
“Durante la ofrenda musical en aquella mina de oro, durante 55 minutos, además del sonido de mi piano y de la melódica, el silencio reinó en la cima de esta montaña de la Gran Sabana. Un silencio que permitió volver a escuchar el canto de los pájaros y de los vientos que se hicieron presente durante mi presentación. Cientos de metros de vegetación permanecieron intactos para un intercambio de valor de otras dimensiones. Los mineros sonrieron y suspiraron, los niños dejaron de jugar con la batea y el pico para encontrar oro. Los indígenas recordaron. Por un instante, la escena se hizo música y no una crítica, solo un sentir”.
Antes de visitar los tepuyes y el macizo guayanés, José Agustín Sánchez y su equipo habían dejado huella en el Amazonas venezolano, en otra expedición artística histórica, con la que realizaron varias ofrendas musicales en Puerto Ayacucho, capital del estado
Y en el monumento natural Piedra de la Tortuga, realizaron la hazaña de llevar una orquesta juvenil de 40 músicos, mientras que en el imponente Cerro Autana, “El Árbol de la Vida”, lo hicieron al hacer allí una presentación para lo cual debieron pasar varios días navegando y caminando, contando con el apoyo y la participación de las etnias indígenas de la zona.
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