Joe Biden asumió el cargo de presidente de la mayor potencia del mundo con la intención de reformar la política exterior de los Estados Unidos en Medio Oriente, dando prioridad a la promoción de la democracia y los derechos humanos en esta amplia zona geográfica. Pero en los hechos, ha luchado en varios frentes para diferenciar significativamente su estrategia de la del expresidente Donald Trump.
La visita de Biden a la región esta semana incluye una reunión con el rey Salman de Arabia Saudí y el príncipe heredero Mohammed bin Salman, el líder de facto del reino petrolero que —según fuentes de inteligencia estadounidense— aprobó el asesinato en 2018 del periodista estadounidense Jamal Khashoggi en Turquía.
Como candidato, Biden se había comprometido a recalibrar la relación de la nación norteamericana con Arabia Saudí, a la que describió como una nación “paria” tras la postura más complaciente de Trump, que pasó por alto el historial de derechos humanos del reino y aumentó las ventas militares a Riad.
Pero ahora Biden parece estar pensando que se gana más cortejando al país que aislándolo.
La primera escala de Biden en su visita a Medio Oriente será Israel. Aquí, de nuevo, su postura se ha suavizado desde las firmes declaraciones que hizo cuando se presentó a la presidencia.
Como candidato, Biden condenó la política del gobierno de Trump sobre los asentamientos israelíes en Cisjordania. Como presidente, ha sido incapaz de presionar a los israelíes para que detengan la construcción de asentamientos y no ha ofrecido ninguna iniciativa nueva para reanudar las conversaciones de paz entre Israel y Palestina, estancadas desde hace buen tiempo.
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