María de Lourdes Ríos Carmona de Chiossone, conocida universalmente como Yuyita, es una de las damas larenses que han hecho historia y que como tal recibió un homenaje del Movimiento DECODE. Ella es pianista de amplia trayectoria, profesora de música, habla español, ingles, francés, italiano y alemán, lectora y critica de literatura francesa, italiana y española.

Es integrante de todos los grupos organizados de la sociedad civil larense y además realiza una obra en Bandesir que alivia los padecimientos de pacientes necesitados de sillas de rueda- Todo esto siempre iluminado por una sonrisa amistosa y su vocación de sentirse familia de todos sus conocidos.

Hoy le dedicamos nuestro espacio dominical con la publicación de una magnifica semblanza que de ella hizo como parte del homenaje , una de las mejores plumas de la intelectualidad larense, el periodista José Ángel Ocanto.

*Yuyita de Chiossone, o la vida como acto artístico*

Su solo nombre, sonoro y bien pertrechado: María de Lourdes Ríos Carmona de Chiossone, anuncia, por medidas iguales, el carácter señero de su linaje y, por fuerza de los elementos que contribuyen a definir, o predisponer, probablemente, al ser humano, también la ordenación definitiva de su destino. (Eso, claro está, en el entendido de que el tiránico destino penda sobre nuestras cabezas, y disponga).

Es que ya al nacer, en Caracas, un 29 de mayo, había quedado ligada por vía de la sangre, en la línea de sus ascendientes, con una tradición periodística que alcanzaría a ser centenaria, la de El Impulso; y por la de su descendencia, corta, escogida, con Juana Inés, una médica, la profesión más cercana al dolor, a los dolores que nacen con la vida y a los dolores que sobreviven a la muerte; y con su otro hijo, aviador civil a quien el pavoroso terrorismo que día tras día ensangrienta y asuela innúmeros pueblos, ajeno no obstante, Pablo Ernesto, a toda brutal bandería, alojado por rutina de su oficio en algún hotel de Afganistán, esa fanática irracionalidad cuyos agentes no pocas veces mutilan y asesinan mientras invocan a su dios, lo privó de volver a elevarse a los cielos extraños a los que lo había aventado la opresora naturaleza del techo bajo que aquí tarda en disiparse, la demorada gris tempestad de su patria.

LARENSE DE CORAZON

Y aquella delgadita, jovial y expresiva caraqueña, que escogió ser barquisimetana entre las primeras, y a una misma buena vez más caroreña que la tostada que engalanan el pata e’ grillo y el lomo prensao, esa fina y culta dama llegada de la capital, que hacía brillar destrezas ante el piano y hablaba un puñado de idiomas, el francés, fluido, entre ellos, y algo del enfático alemán, había tenido además la ocurrencia de venir al mundo justo al día siguiente del onomástico del epónimo, y al escoger compañero de vida se prendó del que sería no solo su única y serena pasión amorosa, el acatado juez superior penal Dr. Pablo Chiossone, enlazados ambos, como en la perpetua imagen de Paolo y Francesca que nos concediera el Dante, por un amor que logra trascender más allá de los finitos salvajes azoramientos de este mundo. Al ser consultada para este intento de semblanza, inacabada, sin duda, Yuyita, que así dieron por bautizarla, en los esmeros del cariño, la barquisimetaneidad y la caroreñidad, no se sabe cuál primero, o quizá juntamente, no tardó en decirnos que asegurarse por compañero a Pablo, su Pablo, hoy tributario de la tierra, figura entre los laureles más importantes de su existencia toda.

Galante, protector, él la alentó intensamente en sus estudios, en sus desvelos sociales como los del Banco de Sillas de Ruedas (Bandesir), en su atenta penetración del acervo histórico de la ciudad, no faltó a uno solo de sus conciertos, incluso estuvo a su lado, escudándola, a la hora de sus ajetreos políticos, pese a que el juez se mostraba confeso refractario de todo cuanto oliera a ese infesto mundo tan teñido de dobleces. De manera que su cosmos personal, habitado por los armónicos martilleos del piano, la vocación sanadora de Juana Inés y la aventura celeste del aviador martirizado, se vio rematado, desde un principio, por la convivencia con la toga administradora de justicia. Se entrelazaban, en profunda y conmovedora comunión, con los sentimientos que más acabadamente condimentan la trama agónica y sin embargo dorada de la vida: el arte, el amor, los tratos sin libreto con el dolor, la persecución del hecho venal, el zarpazo trágico, sin que de esa compleja simbiosis, tan delatadora, alternativamente, de lo glorioso y lo sombrío en que se ha debatido desde siempre el género humano, dejara de aflorar el ansia de crear, sentir profundamente, cultivar el arte como forma y enseña de libertad, practicar el hecho solidario, cívico, sin aguardar la profusión de aplauso alguno. Sobreponerse, en una palabra, a la herencia de expiación que nos hace vulnerables.

MUSA Y ARTISTA

“La mujer es la musa, pero también puede ser el artista”, deliberó alguna vez Georgia O’Keefe. Y ¿acaso puede haber más elevado acto artístico que moldear o afinar la vida misma como aliento y género en ejecución íntima, así inviolable, de un propósito que justifique el haber asistido en nuestro ciclo terrenal a espectáculo tan efímero, a esta función que no podrá ser repetida y suele dispensar boletos y asientos arbitrarios? La vida como acto artístico consciente, pleno, elevado, comprometido, ¿no residirá allí, acaso, la clave para detener la mecanizante deshumanización de la humanidad? Lo entiende, solo podría entenderlo, quien, como Yuyita de Chiossone, y el resto de mujeres hoy reconocidas, al procurar piensa más en prodigar después, que en atesorar para sí. Lo dice su licenciatura, por la UNA, en la mención Dificultades de Aprendizaje. Lo confirma la avidez de comprender, que la llevó a cursar Historia Contemporánea en la Universidad de Columbia, en Nueva York.     Sus diez avanzados años de estudios de música bajo la égida de los Maestros Juan Bautista Plaza y Vicente Emilio Sojo, y los de ballet clásico, la formaron para la docencia, para la siembra de talentos. Profesora ejecutante de piano, se lee en uno de sus pergaminos. Y cuando fue llamada al ejercicio público, como secretaria general de Gobierno, en Lara, el único escándalo que pudo propiciar fue el de concebir una de esas obras que no dejan votos ni suscitan arrebatos populistas: convocó a concurso, suceso inédito en el país, para la construcción de la actual sede del Conservatorio de Música, único, además, dotado de condiciones acústicas específicas. Una obra que, duele registrarlo, mantiene inconclusa la sorda insensibilidad oficial. Suerte de país portátil, diría Adriano, ferial Estado del disimulo, según Cabrujas.

Por eso, es preferible colocar en segundo plano las distinciones llegadas siempre por añadidura, las condecoraciones y placas honoríficas, los discursos de orden, la participación en jurados nacionales e internacionales, aun los aplausos granjeados en sus recitales como solista invitada por las principales orquestas sinfónicas, en universidades, casas de la cultura, teatros y academias de Venezuela, Europa y buena parte de Sudamérica. En Leeds, Inglaterra, la tendríamos como única venezolana inscrita, previa audición, para el III Concurso Internacional de Piano. Insistimos, pongamos de relieve, más bien, el servicio en la Dirección de Educación del estado. En la conducción de la actividad cultural de la Asamblea Legislativa. En el Consejo Nacional de la Danza, a donde la condujo el Maestro Abreu. En la Academia Interamericana de Violín. En el secretariado del Ateneo de Barquisimeto. En su condición de miembro del Consejo Consultivo de la Ciudad de Barquisimeto y directora general de la Fundación Amigos del Casco Histórico. En la Asociación Larense Manos Amigas (ALMA). En la presidencia, desde 1984 hasta el sol de hoy, del Banco de Sillas de Ruedas, en Lara, de la mano de Blanquita de Pérez. En Bandesir, por cierto, ha producido, en medio de indecibles estrecheces, un recital de 5.800 atenciones a personas con limitaciones motoras, urgidas de aparatos clínicos. ¿No merece, ¡allez-y, madame!, una ovación de pie?

EL HUMANISMO COMO ESCUDO ANTE LA ROBOTICA

Asistimos a un mundo cada vez más irreal e inasible, controlado en forma creciente por el algoritmo, la robótica y la inteligencia artificial. El hombre, como en las simbologías del cuento de Borges, unas veces sueña con crear otro hombre, y acaba por descubrir que él mismo es soñado por alguien más. Pero, en medio de un tinglado de ficción o realidad —ya no se alcanza a saber con certeza—, hemos de avanzar, advertidos de que la máquina, incapaz, ahora, de plagiar nuestra capacidad de amar profundamente, al parecer tampoco luce cercano el día en que reproduzca esta chispa nuestra, tan humana, susceptible de emitir tristezas, miedos, alegrías. Y se sabe bien, o al menos eso se presume, que no es precisamente el amor sino el llamado equilibrio del terror, el miedo mutuo, lo que disuade a las potencias nucleares de la amenaza latente de un exterminio global.

Que el amor y miedo sean nuestros refugios en el momento postrero, no sirve, precisamente, como timbre de orgullo para la estirpe humana. Es el inmenso desafío que encara en esta hora todo quien ostente algún poder de influencia en la opinión pública: los políticos, los intelectuales, los guías religiosos, los gremios, los insomnes teclistas de las redes sociales, los artistas. Habrá señales. Llegaremos a saber que vamos por buen camino cuando desde el poder se destierre el absurdo de pretender imponer la normalidad por decreto.                 Cuando el ejercicio de la función pública y el bien común encuentren alguna fórmula de entendimiento. Cuando los monumentos estén más prestos a exaltar el pensamiento y la civilidad, que el arma y el sojuzgamiento. Cuando al maestro, el júbilo popular le consienta los galones del héroe. Cuando no haya más épica que la poesía. Cuando la convivencia social sea norma que no necesite haber sido escrita. Cuando presenciemos, sin asombro, filas de gentes, sobre todo niños, agolpadas frente a las librerías y los teatros. Cuando la estética se abra paso entre tanto culto a la mediocridad. Cuando dentro del lenguaje de los símbolos, que mucho cuentan, en Caracas al Museo de Arte Contemporáneo se le restituya el nombre de Sofía Imbert; y aquí, entre nosotros, el parque zoológico y botánico de Bararida vuelva a llamarse Miguel Romero Antoni. Dejemos por escrito que no deberá pasar mucho tiempo para que a la entrada del salón de clases del Conservatorio de Música, ya completado el edificio en todos sus ambientes y pletórico de armonías, un rótulo haga relucir el nombre de quien lo soñó, habiendo sido quizá soñada ella misma, como en el aludido cuento de Borges: nuestra gentil, espiritual y bienamada Yuyita de Chiossone.

Muchas gracias a Decode por concebir este acto de justicia.(JER)

LA

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