Milton Enrique Meléndez Oropeza es licenciado en comunicación egresado de la Universidad Central de Venezuela, también es licenciado en Filosofía de la misma universidad. Es por sobre todo escritor con varios libros de ensayo publicados y decenas de cuentos en archivo. Por varios años estuvo en Paris para estudiar a los clásicos franceses, siendo su predilecto Gustav Flaubert, para Enrique Madame Bovary es el diez de la rayuela literaria y para el resume la esencia humana que viaja de lo individual a lo universal, de lo local a lo cosmopolita.
Le pedimos al filósofo, comunicador y escritor su visión de la Carora de su infancia y juventud y nos regalo un bello análisis, inscrito en la universalidad de lo local, tal cual narraba Flaubert. Quede así este texto como parte del proyecto Carora. Una Historia de Trabajo y Fe.
Carora y la globalización
El cuadro de costumbre desde el punto de vista de la comunicación social, que recuerdo de la Carora de la década de 1960, es la de un repartidor de El Diario de Carora, montado en una bicicleta de reparto, y quien lanzaba los ejemplares del periódico por los postigos de las ventanas de las casas; cuando no, los tiraba en el zaguán. Se trataba de un medio que se adquiría por suscripción y si mal no recuerdo, contenía unas ocho páginas. La Actualidad Mundial era una de sus columnas fijas de primera plana que, al parecer, quedaba a cargo de Antonio Crespo Meléndez, y se trataba de pequeñas síntesis de lo que pasaba en el mundo, tomadas de algún noticiero radial vespertino, lo que se conoce como refritos en las salas de redacción; lo mismo que otra columna titulada Noticiero Sintético con noticias nacionales. Seguía El Diario el formato estilo folletón, que se había conocido en el siglo XIX, sólo que tabloide y no enladrillado, puesto que había entrado la fotografía y con ello la publicidad a sus páginas, que exigía espacios en blanco y, además de tratar las noticias, sobre todo, locales, internacionales y nacionales en la primera página, como decía, en sus páginas interiores había otra columna, muy leída, que llevaba por título Vida Social: mi abuela paterna era analfabeta, y cuando yo llegaba del colegio, me ponía a que se la leyera. Así se sabía quién estaba de cumpleaños, quien viajaba, quien fallecía, quien nacía, quien se casaba. Nos conocíamos todos: un pueblo de doce mil habitantes, aún no intervenido por la modernidad, de modo que todavía conservaba una estructura arquitectónica colonial entre castellana y sevillana, cuyas casas permitían esas escenas de costumbre, que he recordado. Lo otro es que también en sus páginas interiores nos comenzamos a manifestar a través de artículos aquellos jóvenes que teníamos veleidades literarias, tomando en cuenta que también las páginas interiores estaban dedicadas a la opinión. Por último, se encontraba el espacio reservado para el tema de sucesos: asesinatos, robos, accidentes y hasta resultados de las peleas de gallo, pues para la época este deporte tenía mucha afición en Carora. Pongo énfasis en esta temática, porque era un festín en los hogares este medio de comunicación en las mañanas, que perduró por muchos años. La gente se extrañaba, porque había rodado la mañana y no había leído El Diario.
Nunca tuvo competencia; porque nuestra generación sí llegó a ver cierta prensa partidista, como El Torrense, de Isaías Ávila, que se identificaba con AD; mientras que Copei también se manifestaba con alguno que otro órgano, entre ellos uno que editó el dirigente agrario Jesús Morillo Gómez con el título de El Diablo de Carora, y donde no dejaba de abundar un cierto amarillismo o sacadera de trapos, como es costumbre en las columnas de diatribas políticas, de unos dirigentes contra otros. Durante el proceso electoral de 1968 el Movimiento Electoral del Pueblo local sacó otro de esta especie, por supuesto, en apoyo a la entonces candidatura de Luis Beltrán Prieto Figueroa, editado por el periodista Jesús Piñango, y el cual enfilaba cañones contra El Torrense de Avila, que apoyaba la candidatura del entonces candidato de la tolda blanca Gonzalo Barrios. Claro, en el fondo eran pasquines y, como tal, no tenían periodicidad alguna.
A El Diario lo antecedía una gran tradición periodística; que se había fraguado durante el siglo XIX, cuyo más conspicuo representante fue Cecilio (Chío) Zubillaga Perera. No se olvide que estamos ante una Venezuela muy parroquiana, con mucho color local.
Voces del desierto
Dice Mariano Picón Salas que el hecho de poblar un desierto, llevó al caroreño a hacer un doble esfuerzo, para desarrollar la cultura del progreso; de allí que haya existido en Carora una elite ilustrada; heredera de la cultura, que había traído consigo la colonización española, sobre todo, a través de la religión y, en ese sentido, se destacó Carora por ser una ciudad que albergaba una academia de latín en un convento de franciscanos, donde se internaban jóvenes, venidos hasta de otras partes del país, y destacándose fray Ildefonso Aguinagalde como uno de sus principales maestros; un exaltado seguidor del llamado Liberalismo Amarillo, al punto de que se cuenta, que los godos lo terminaron expulsando del pueblo. Ahora, el ascendiente de esa academia quedó en la mentalidad del pueblo; que no la desmanteló ni la Guerra de Independencia ni la Guerra de la Federación, ya que las tropas no irrumpieron en el cantón, como otras ciudades, que sí fueron arrasadas por las hordas salvajes de los soldados, que participaban en los combates; de modo que se conservó una élite, decía, muy ilustrada que se permitió mantener un diarismo sostenido en una forma ininterrumpida, como el que tuvieron en sus manos periodistas como don Antonio Herrera Oropeza, Crespo Meléndez, Víctor Julio Avila, Numa Rojas y otros, que ahora no recuerdo.
Ya en otras latitudes teníamos la prensa regional: El Impulso era el rey del estado Lara, en ese sentido; no tenía competencia. Había nacido en Carora a comienzos del siglo; se mudó hacia Caracas, pero terminó en Barquisimeto. También recuerdo los pregoneros en horas matinales gritar cantandito: “Impulso, Impulso…”, cuando me llevaban a Barquisimeto, y entonces pasaba unos días por allá. Sobre el manubrio de sus respectivas bicicletas apoyaban un fajo de periódicos; que también se vendía en bodegas. Yo diría que la competencia en Carora, con respecto a El Impulso venía por el lado de Panorama, el rey del estado Zulia, que también se vendía en bodegas, para el momento no había quioscos de periódicos, como en bodegas se vendía la prensa nacional: El Universal, El Nacional, Ultimas Noticias; conocidos también como rotativos; inspirados en la prensa de los Estados Unidos; país donde se había concebido la publicidad moderna; lo que había dado lugar a la grafía, a la publicación de imágenes, es decir, a la llegada de la fotografía al periodismo, reitero; que constituyó, en ese sentido, el nuevo formato, por el que se regirá la comunicación social por unos cien años, hasta la llegada de los medios audiovisuales. Se trataba del momento en que el periódico era el medio caliente, por excelencia, como lo calificaba el teórico de la comunicación Marshall McLuhan, esto es, porque se prestaba para todo tipo de manipuleo: siempre en las casas había un recorte de periódico, relativo a una información feliz o trágica concerniente a la familia; lo que significa que en ese recorte había afecto, y de allí que McLuhan dijera también que “el medio es el masaje”; lo que no ocurría con los otros medios (radio y televisión), que no permitían ningún tipo de intervención voluntaria, por tanto, eran medios fríos, y porque, además de ser órgano informativo el periódico, también tenía páginas dedicadas al entretenimiento, consejos de salud; mientras que los fines de semana traía encartadas revistas y suplementos con dibujos animados. Fue el imperio de Gutenberg. No hay que olvidar que los tres grandes inventos, que dan paso a la era de la globalización serán la imprenta, la brújula y la pólvora. Además, la imprenta aparece en un momento, en que entra en escena un personaje, como Martín Lutero, quien se dedica a traducir La Biblia del latín al alemán, en la propagación de la nueva fe cristiana; de modo que se imprimen cientos de miles de ejemplares de la traducción bíblica de Lutero. Así del libro se pasó a la hoja suelta, y un montón de hojas sueltas con contenidos de noticias, dieron lugar al periódico, si nos regimos por una cierta lógica; lo que conocía, precisamente, nuestro Cecilio Acosta como “el libro del pueblo”, y lo dice en un país, donde el periodismo se había tragado escritores como Juan Vicente González o nuestro propio Chío Zubillaga; pues así como en este país se disparó mucho plomo, también hubo mucha diatriba periodística en ese siglo XIX. La pluma de Juan Vicente González fue feroz e implacable en contra de sus enemigos, en especial, Antonio Leocadio Guzmán, quien también era feroz en sus respuestas. Eran pasquines, editados por intelectuales de la talla de Tomás Lander, quien en la década de 1820 fundó El Venezolano, refundado posteriormente por Guzmán en la década de 1840; como González también llegó a tener sus órganos de prensa. Se trataba de folletones.
Folletones ilustrados
De hecho, El Diario en sus primeras épocas tuvo ese formato, donde don Chío publicó varias micro-biografías de los héroes del terruño que participaron, sobre todo, en la Guerra de Independencia, además de nuestras más ilustres figuras, así como ensayos, entre ellos, su famoso “El Atropello al Congreso de 1848”; un análisis largo, sobre lo que ocurrió a propósito de ese incidente sangriento, ordenado por José Tadeo Monagas el 24 de enero de ese año, que Chío publicó en varias entregas. Precisamente, allí Chío dice que Guzmán, padre, al refundar El Venezolano va a ser el primer periodista, publicista se decía en ese momento, que va a vivir por la suscripción popular de su periódico. Por supuesto, también se conocieron varios articulistas en El Diario, entre ellos, Luis Oropeza Vásquez, el propio Crespo Meléndez; muchos otros cuyos nombres ahora se me escapan.
Mención aparte merecen Luis Beltrán Guerrero, Héctor Mujica y Federico Alvarez, que salieron del cuarto de don Chio; pues ese era su academia, y allí hizo de gran ductor de los jóvenes, que entonces se formaban en Carora por el camino de las letras. Al hablar de cuarto no dejo de pensar en el famoso ensayo de Virginia Wolff, titulado Una Habitación Propia, y en donde habla de la necesidad, que tiene un escritor de contar con un aparte reservado, para el desarrollo de su obra, y era famosa esa habitación de don Chío, pues allí además de su biblioteca y su escritorio iba poniendo las fotografías, de aquellos muchachos, que se convertían en sus amanuenses, además de grafitis, sobre todo, a favor del comunismo; pues este señor era “cabeza caliente”; además de muy cristiano, por eso se mostraba seguidor de don Miguel de Unamuno, grafitis que iba escribiendo en las paredes. Sobre todo, ponía a estos muchachos, a que le leyeran los artículos, que aparecían en la prensa; mientras él los oía desde una hamaca; como les dictaba algunas cartas, que dirigía a las figuras de la política nacional. Guerrero, Mujica y Alvarez se hicieron profesores universitarios; por otra parte, Guerrero se dedicó a la poesía y al ensayo lírico; mientras que Mujica se hizo un teórico de la comunicación, con obra publicada, y Alvarez fue articulista en los principales diarios del país. Los que nos graduamos de comunicadores sociales en la década de 1970 en la Universidad Central de Venezuela le debemos mucho tanto a Mujica, como a Alvarez parte de nuestra formación profesional. Asimismo, de aquella habitación saldría otro poeta de nombre Alí Lameda, una de nuestras glorias literarias y, en especial, un músico de nombre Alirio Díaz, otra gloria, ahora musical, y a quien descubre don Chío pegado de la ventana del cuarto; atraído entonces el joven por una música, que escuchaba éste, y que no era popular, sino académica: Mozart, Beethoven; imagino que desde un gramófono, que había traído de un viaje que había hecho a Francia; lo que llamó la atención del maestro, quien lo invitó a su casa, para conocerlo; al día siguiente el muchacho se le presentó con una guitarra, y le demostró su virtuosismo musical. En la escuela de comunicación social de la UCV también tuvimos un profesor caroreño, Juan Páez Avila, quien no fue alumno directo de don Chío, pero escribió una biografía suya, porque también Páez Avila se dedicó a las letras. Se hizo un novelista de prolija obra. Nuestra generación no conoció al maestro, puesto que murió en 1948, pero sí su recuerdo muy fresco. Nuestros mayores no dejaban de evocar su figura, anécdotas suyas, relativas a su chispa mental, ya que se trataba de lo que se conoció en el siglo XIX como un cacique intelectual, y de hecho, desde su cantón caroreño, se transformó en una figura nacional, como lo reconoció Jóvito Villaba en 1978, con motivo de la conmemoración de los cincuenta años de la aparición de la famosa Generación del 28 en el escenario nacional; pues como se recordará en febrero de 1928 un grupo de estudiantes de la UCV sale a las calles a manifestarse en contra de la tiranía de Juan Vicente Gómez, sin otra arma, “más que la carne tierna, y con el apoyo en la acera de enfrente de Cecilio Zubillaga Perera”.
Si se revisa la prensa nacional de Venezuela de la década de 1920 se puede apreciar que todavía los periódicos siguen el formato folletón, y yo diría que la aparición de El Nacional en 1943 supone una revolución en el campo editorial venezolano. El periodismo deja de ser europeo; es decir, enladrillado, para volverse americano en todo el sentido de la palabra. Que ya iba por los rotativos, como decíamos atrás, es decir, periodismo masivo; que alcanzaban tirajes de cientos de miles de ejemplares; y que llegaba a Carora, como el resto de la prensa nacional.
Política y humor
Al momento de hablar de la prensa partidista, obvié mencionar el pasquín La Pava Macha, que lo editaba en Caracas el entonces dirigente del Partido Comunista, Kotepa Delgado, orientado a satirizar a Rómulo Betancourt, no hay que pasar por alto que esta organización política se había alzado en armas, junto con el Movimiento de Izquierda Revolucionario, contra el gobierno de este señor; lo mismo que a Carlos Andrés Pérez, entonces ministro de Relaciones Interiores y a quien se le tenía, además de muy ignorante (“doctor honoris causa”, le endilgaban) muy represivo. Por supuesto, ocasionalmente, los comunistas vendían Tribuna Popular, pero ya cuando rigió la era de la pacificación, que instauró Rafael Caldera al comienzo de su primer gobierno. Ahora, hago mención también de La Pava Macha, porque en Carora, quedó un señor, que se dedicaba a pregonar el pasquín, con ese nombre: La Pava Macha; pero lo pregonaba en el oído de las personas, ya que el pasquín circulaba en forma clandestina. Hay otro personaje, dentro de nuestras leyendas tradicionales, a quien también lo arrastró el nombre del pregón de su periódico, que se llamó Panchito, y como vendía El Impulso, quedó como Panchito “El Impulso”, y su impronta fue tan acentuada, que se cuenta que un día, subiendo las cuestas de San Pedro, hacia donde se dirigía con el director de dicho periódico, entonces cabalgaban en un par de mulas, al parecer, éste en un corcoveo de su bestia, por poco se cae; lo que le produjo mucha risa a Panchito; de modo que aquél le espetó:
-Ese Impulso si es bien pendejo.
Revistas y suplementos
Decía que en el momento no había quioscos de periódicos, la verdad es que en casa de mi abuela Marina de Armas no se vendía prensa, como sí revistas y suplementos, que se los enviaba en un paquete bien surtido su hermano Armando de Armas, dueño de la Distribuidora Continental; una empresa dedicada a distribuir ese tipo de impreso a nivel nacional: Bohemia, que se trataba de una revista recién llegada de Cuba, de corte político, y la cual se había extendido por todo el Caribe, incluida Venezuela; donde tenía unas páginas exclusivas, lo mismo que cada uno de los países donde circulaba; modelo de periodismo, huyendo su editor de la tiranía que comenzaba a instaurar Fidel Castro en la isla caribeña; como la revista Elite, que fue de las primeras en su especie, que se conocieron desde la década de 1940; llegaba en ese paquete de mi tío abuelo El Gallo Pelón, que se trataba de un órgano humorístico; fotonovelas, entre ellas, una llamada Santos: El Enmascarado de Plata, con las aventuras de un luchador de lucha libre en un momento, en que se había puesto de moda este tipo de deportes. También mi abuela Marina vendía suplementos de dibujos animados: Superman, Batman, Llanero Solitario, Titanes Planetarios. Creo que la única librería, que había, estaba ubicada en la calle Bolívar, y se llamaba La Rojita, de un señor de apellido Rojas, y sólo vendía libros, discos y útiles escolares. Posteriormente, Juan Pablo Hernández abriría una librería en un local diagonal a la bomba 5 de Julio en la avenida 14 de Febrero; luego otra Juan José Ure en la avenida Francisco de Miranda.
Radio Carora y más allá
Por supuesto, en todos los hogares había una radio, una sola estación fija, Radio Carora, aun cuando, también llegaban estaciones de Barquisimeto, además de la poderosa Radio Rumbos, que transmitía su programación desde Caracas, especialmente, su noticiero y unas radionovelas; derivadas de aquella famosa, que se conoció en la década de 1950, con el nombre de El Derecho de Nacer. En ese sentido, Radio Carora era el otro complemento comunicacional, y donde, por lo demás, a primera hora se leía parte del contenido de El Diario, junto con un pequeño noticiero; música bailable se escuchaba casi todo el día, aunque también por allí se expresaban los líderes locales en el marco de sus espacios noticiosos, como uno bien alzado, copeyano el hombre; un líder telúrico, mulato el hombre y dirigente agrario, copeyano, arriba nombrado, Jesús Morillo Gómez; que logró sacar a la gente a la calle una noche a protestar por un problema, que se confrontaba con el servicio de agua; recién se habían instalado unos medidores en las tomas de agua, de cada una de las casas; en efecto, el sujeto los mandó a destruir, porque había la aprensión, de que por allí la tarifa del servicio iba a aumentar hasta el exceso. En efecto, se trataba de una agitador irresistible; el hecho es que por esta radio pasaba la dirigencia del Copei local con respectivas declaraciones. Pasaban también los dirigentes adecos: Pedro Domingo Oropeza, Isaías Avila, Lulio Chávez, Jesús Piñango. No obviemos que AD y Copei se perfilan ya como las maquinarias, que tendrán a su cargo el protagonismo durante los gobiernos de la República Civil, de modo que allí en esos espacios radiales se oían declaraciones de los dirigentes nacionales de ambas maquinarias, en el marco, se repite, de los noticieros, que también se radiaban.
En lo particular, había un programa que llevaba por nombre “Antenas al Campo”; una forma de comunicarse la persona con sus familiares de las comunidades, que poblaban la periferia caroreña: El Coyón, La Candelaria, Muñoz, San Francisco, Altagracia, San Pedro, Jabón, El Empedrado. Especies de telegramas, y donde referían detalles de tipo personal. Se trataba de un programa, que llamaba la atención, por el tipo de mensaje, que se enviaba la gente: “dígale a fulano, que ya le conseguí el remedio, para la infección en la natura de su vaca”, cosas así de pronto se oían.
Por otra parte, nuestra generación también vio el nacimiento de la televisión; cuyos aparatos fueron llegando a nuestras casas, en la medida de las posibilidades de los ingresos de las familias. A mi casa llegó hacia comienzos de la década de 1960 el primer aparato televisivo; aun cuando en el vecindario ya habían adquirido uno en otras casas, y donde los niños nos filtrábamos hacia el interior o nos pegábamos de una ventana; tomando en cuenta que se trataba de una diversión que nos llamaba demasiado la atención. Un aparato al que la filosofía apocalíptica lo llegó a calificar por aquella época el huésped alienante; ya que reproducía el mundo consumista y enajenante del capitalismo; pues no se olvide que estamos en plena época de la Guerra Fría, la del mundo bipolar, y el fantasma del comunismo seguía tan campante, como lo señaló Marx en la primera mitad del siglo XIX. Entonces se hablaba de apocalípticos e integrados ante la cultura de masas. El apocalíptico hablaba de los tres flagelos que azotaban la conciencia del individuo, producto de su masificación: alienación, enajenación y reificación o cosificación; el integrado asumía dicha cultura con toda la felicidad del caso. Es decir, el reino de los valores materiales por encima del reino de los valores espirituales. No hay que pasar por alto que el fin del comunismo se basa en la instauración de una sociedad igualitaria con elevados principios civilizatorios, lo que ya Hegel conocía como la reproducción del reino de los cielos en la tierra, a partir de su conciencia positivista, esto es, con mucha fe en la ciencia, que era la gran diosa del momento.
Hablar de programación televisiva en esa época, era hablar de una programación, que comenzaba a las once de la mañana, y se extendía hacia la medianoche, cuando entonces transmitían los canales el himno nacional. A esa hora de la mañana había programas dedicados a los niños; dedicados otros a programas de modas, y ya a mediodía arrancaba el show de Renny Ottolina, que fue un famoso presentador, y que conectó a Venezuela con las grandes estrellas del mundo del espectáculo de ese momento. Por lo demás, fue un personaje muy controversial; porque incursionó en el terreno de la política, y llegó a convertirse en un fenómeno mediático, pero que se frustró debido a un accidente de aviación, que le ocasionó la muerte. En efecto, como este personaje hubo otras grandes figuras, que se dedicaron a la animación de programas de tipo espectáculo, y uno se fue familiarizando con estos artistas; porque, además, estaban los programas cómicos; los programas de corte político, donde eran invitados los principales dirigentes de los partidos; además de los noticieros, donde había, precisamente, un personaje muy emblemático, llamado Francisco Amado Pernía, y quien a la hora de comenzar a leer el resumen de noticias, titulado El Observador Creole, se sacaba una pluma fuente del bolsillo, la destapaba, y la colocaba a un lado de las páginas, que iba a leer, y a la que al final, la tomaba, la tapaba y la regresaba al bolsillo de su camisa; por supuesto, una televisora en blanco y negro.
Presumía José Ortega y Gasset en su famosa obra La Rebelión de las Masas lo que iba a ser la masificación de los deportes; que es algo que se acentúa con la realización del Mundial de Futbol, sobre todo, de 1962, y que pudimos ver en aquellos televisores en blanco y negro; cuya señal les llegaba por una antena, que se colocaba en los techos de nuestras casas. Entonces toda Carora se sentó frente a aquella pantalla, para ver aquel espectáculo, descubriendo un nuevo deporte, que sólo se practicaba en aquella Carora de esa época en el Colegio Cristo Rey, y eso porque los padres escolapios, que formaban parte de su plantel de educadores, lo conocían desde su país de origen España; pues como todo pueblo caribeño, Carora no escapaba de la onda beisbolera, que se propagaba desde EEUU. En ese sentido, nuestra generación se vio favorecida con aquel mundial de 1962, donde pudimos apreciar la acción del famoso Rey Pelé, considerado el mejor jugador de futbol de todos los tiempos. Uno puede decir que desde aquí comienza a ser desplazado el imperio de Gutemberg, para ser sustituido por el imperio de los hermanos Lumiere, a quienes se considera los creadores del cine, es decir, el imperio de la pantalla, de la imagen en movimiento.(JER)
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