Yordán Díaz Gonzales arrancaba las malas hierbas de sus fincas con un tractor hasta que la temporada de lluvias del verano cubano las convirtió en un lodazal.
Ahora se necesitan cinco peones para atender los cultivos de Díaz. Esto reduce su margen de beneficios y disminuye la productividad agrícola de Cuba, ya lastrada por el embargo estadounidense y por una economía improductiva controlada por el estado.
Como el resto del Caribe, Cuba sufre sequías más largas, sus aguas son más cálidas, las tormentas más intensas y el nivel del mar es más alto debido al cambio climático. La temporada de lluvias, que ya era un obstáculo, es ahora más larga e intensa.
El clima ha reducido la producción, afirma Díaz, de 38 años y padre de dos hijos, apuntando que van a tener que acostumbrarse a comer menos porque, con cada cosecha, se recoge menos producto.
Diaz solía plantar frijoles, un elemento básico en la dieta cubana y su cultivo más rentable. Ahora culpa al cambio climático de un descenso del 70% en su producción de frijol. Un mes después del paso del huracán Ian por Cuba, Díaz cultivaba raíz de malanga, otro producto básico en la isla que es más resistente al clima pero deja menos beneficio que los frijoles.
“Estamos viviendo en el presente», dijo Díaz. “Mi futuro no se ve muy bien».
Antes compraba suministros con uno o dos años de antelación, pero ahora sus ingresos son tan impredecibles que los adquiere justo antes de la cosecha.
Durante mucho tiempo, la economía fue un sector relativamente brillante en la maltrecha economía cubana. El gobierno socialista ha sido relativamente liberal con los productores de alimentos, permitiéndoles perseguir sus intereses económicos más abiertamente que a otros.
Cuba tiene mucho sol, agua y tierra, los ingredientes básicos necesarios para cultivar plantas y alimentar animales. Pero al modificar la forma en la que funciona la naturaleza en el Caribe, el cambio climático está alterando los elementos básicos de la productividad.
El aumento de la temperatura en todo el mundo está causando estragos en los arrecifes de coral, un ecosistema marino clave.
AP