
Papá siempre tuvo una consigna clara que guio cada una de sus decisiones: escogería a su familia por encima de todo. Fue un padre inmensamente amoroso y dedicado, un hombre que sacrificó cualquier meta personal o profesional para asegurarle a su esposa, mi madre, a sus hijos, mis hermanos, la mejor calidad de vida y la mejor educación posible.
Al releer las líneas de aquel texto, siento que el tiempo se detiene y la nostalgia se vuelve algo hermoso. Yo escribí que, «al leer sus páginas parece que él me lleva de la mano, como cuando yo era una niña pequeña, por los mismos senderos que él ha transitado.» Esa es la imagen que guardo: la de un guía que, con alegría y sin complejos, nos mostraba «el paisaje fecundo de su vida, luminoso y abierto» desde la cima de una alta colina. Por obra y gracia de ese cariño inmenso, la vida de papá se hace hoy una «presencia viva» en cada uno de nosotros; un torrente de «aguas cristalinas» que fluyen tranquilas y sin amarguras.
Eres la generación número 12 de una gran familia venezolana: los Tamayo. Tus nietos son la 14 y tus bisnietos la 15. Muchos de ellos tristemente tienen otras nacionalidades, pero todos mantienen un gran apego con nuestra tierra. Para ti era impensable que no fuéramos venezolanos, pero la vida nos ha llevado por caminos diferentes. Aún así, tu siempre estarás todos los días dentro de las personas que te conocieron.
Papá, siento que me amabas tanto que me da tranquilidad que ya habías partido cuando mi hijo Andrés falleció y no me viste sufrir. Siempre has estado conmigo todo este tiempo, dándome fuerzas y acompañando a todos los que te queremos y honramos .
Tu vida solo trajo bienestar, alegría, prosperidad y muchas sonrisas. Esas que a diario lograbas sacar a quienes te rodeaban con tu gran sentido del humor.
A 13 años de tu partida, papá, tu legado de sacrificio, amor y dedicación sigue siendo la herencia más valiosa que pudimos recibir.
Gracias por todo papá.
Chepita Gómez