Familia venezolana en Panamá

Migrar a Estados Unidos no es una decisión fácil de tomar y más cuando no se tienen los recursos necesarios para recorrer miles de kilómetros detrás del llamado «sueño americano». Pero esto no fue obstáculo para Julio Arvelo y Eglis Tezara, joven pareja venezolana que con sus tres niños decidió emprender este peligroso viaje que marcaría sus vidas.

Después de siete años viviendo en varios países de América Latina en busca de oportunidades que no les fueron posibles en su país, esta familia salió desde Perú hacia Panamá el pasado 7 de febrero con 1.800 dólares en sus bolsillos, unas cuantas maletas llenas de ropa y un gran sueño por alcanzar.

Aunque no tenían claro cuánto tiempo les podía tomar llegar a Estados Unidos y las dificultades que podían presentarse en el camino por la discapacidad de Eglis, se llenaron de valor y comenzaron el viaje.

Al llegar a Nicoclí, en Colombia, pagaron más de 300 dólares por persona por un viaje en lancha hasta Carreto, en Panamá. Allí se toparon con su primer desafío, el Darién, la selvática y peligrosa frontera entre Panamá y Colombia usada por miles de migrantes en su camino hacia Norteamérica.

«El Darién era la única opción para nosotros. No tenemos pasaportes ni visa ni dinero para viajar en avión. Fue difícil. A mi esposa le falta la pierna izquierda y tuve que cargarla en mi espalda durante toda la trayectoria por la selva», recuerda Julio a El Nacional desde Panamá, donde se encuentra, junto a su familia, reuniendo el dinero para continuar su travesía hacia el norte.

«Pensábamos que no lo lograríamos», agrega.

Eglis asegura que vivieron momentos de mucho miedo en la selva. Al iniciar la caminata, un grupo de hombres les exigió 100 dólares para no robarlos. Más adelante, otras personas los revisaron y tomaron algunas de sus pertenencias.

«Yo me asusté demasiado. Menos mal no hubo muertos ni heridos, solo nos robaron… En ese Darién se ven muchos muertos, había un bebé muerto, se ven muchos cráneos», menciona Eglis.

A pesar de ello, siguieron adelante, poniendo todas sus cargas, miedos y fuerzas en las manos de Dios. «En el cuarto día estábamos llorando. No teníamos comida. Pasó la madrugada del quinto día y a las horas llegamos al refugio. Fue una experiencia bastante peligrosa. Hay voladeros muy grandes, resbaladizos. El río, en algunos lados, era muy profundo, aunque no era muy agresivo porque estamos en verano y se podía pasar», cuenta.

Para sus hijos, de 6, 8 y 11 años de edad, fue como un juego, asegura Julio, pues ellos iban delante de él y de su esposa «como militares», marchando sin ningún tipo de problema.

«En ese lugar, no nos pasó nada grave. Gracias a Dios lo logramos. Toda la familia entró y salió del Darién. Estuvimos cinco días y medio en la selva. El trayecto es de dos días y medio. A mi esposa le falta su pierna y no es el mismo ritmo. Yo la llevaba en mi espalda. Poco a poco, perseverando, lo logramos. Gracias a Dios».

Datos del Servicio Nacional de Migración Panamá señalan que más de 48.000 migrantes irregulares han cruzado el Darién en lo que va de 2023, de los cuales casi 8.000 son venezolanos. La lista la lideran los haitianos con más de 16.000 migrantes y le sigue los ecuatorianos con más de 11.000 personas.

El año pasado, 248.284 caminantes cruzaron la jungla, una cifra inédita liderada por el éxodo venezolano que provocó una crisis migratoria en la región.

“En el refugio nos engañaron”

Julio cuenta que al salir de la selva después de casi una semana internados y ver el refugio para migrantes que estableció la ONU y Migración Panamá, fue la luz al final del túnel.

Allí los recibieron, les dieron comida y una cabaña en la que pudieron descansar. Pero, para ellos, la experiencia no fue la mejor: «La realidad es que allí nos enfermamos con diarrea, vómitos, nos dio fiebre, dolor de garganta. La comida nos estaba enfermando. Uno de mis hijos ya no quería comer».

En ese lugar pasaron 12 días a la espera de ser trasladados en autobús hasta otro refugio cerca de los límites con Costa Rica, pero el día nunca llegó. «Como no teníamos el dinero para pagar los pasajes, 40 dólares por persona, nos dijeron que debíamos hacer labor social por cinco días. Lo hicimos. Después esperamos ocho días más y no salió un autobús para nosotros. En el refugio nos engañaron».

Julio señala que desde que se retomaron los viajes en los autobuses, luego de que las autoridades panameñas revisaran los autobuses tras el registro de dos accidentes -uno de los cuales dejó al menos 40 muertos-, solo han salido las personas que cuentan con el dinero para cancelar el boleto.

Sin dinero, aferrados a Dios

Julio y Eglis siguen en el Darién, pero ya en una zona poblada. Sin dinero, pero con una fe inmensa en Dios, a pesar de las circunstancias.

Todas los días salen a vender caramelos y chupetas con el objetivo de reunir el dinero que necesitan para comprar los pasajes en autobús y continuar con su viaje. En las noches duermen dentro de una carpa en la calle.

«Estamos pidiendo ayuda para poder seguir nuestro camino, ayuda económica. Queremos llegar a Estados Unidos, primeramente para cumplir el sueño de mi esposa de su prótesis y en segundo lugar para en un futuro plantar buenas bases en Venezuela. Tenemos siete años fuera del país y no hemos logrado nada, dando vueltas por diferentes países. Realmente le agradeceríamos mucho a las personas que pudieran ayudarnos ya que estamos sin nada», dice Julio.

Asegura que perseverarán y seguirán adelante, pese a las dificultades. «Venezuela es nuestro país de origen y queremos estabilizarnos allá en unos años. En Estados Unidos no tenemos a nadie que nos reciba. Lo que Dios nos ponga en el camino, será».

Para las personas que deseen colaborar con esta familia, puede hacer contacto al número telefónico: +51 980 137 497.

 

ENLACE ORIGINAL: Familia venezolana varada en Panamá busca ayuda para llegar a EE UU (elnacional.com)

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