Con Amanecí bajo otro cielo, la periodista y poeta venezolana Milagros Durán se interna en los territorios del exilio, la memoria y la reconstrucción. Un poemario nacido del desarraigo que canta al duelo, pero también a la belleza posible entre ruinas.
Milagros Durán sabe lo que es partir. No solo físicamente, también en lo íntimo. En 2006, cruzó un umbral invisible que separa al que aún tiene patria del que comienza a construirla en el recuerdo. Como tantos venezolanos, el exilio no fue una elección sino un vuelco. Pero, en su caso, esa herida se hizo palabra. De ahí nació Amanecí bajo otro cielo, un poemario que no busca respuestas, sino compañía.
“El desarraigo te llena de nostalgia”, dice Durán, y en su voz se siente el eco de lo perdido y la música que nace de nombrarlo. “Extrañas la vida que dejaste atrás, a tus afectos y también a esa que fuiste en tu lugar de origen”.
Este libro —su debut literario— es también una bitácora lírica de ese viaje sin regreso. Un viaje que, como el de Ulises, no se trata solo de cruzar mares, sino de ir perdiéndose y encontrándose en cada puerto. “Desde Ulises, el exilio es un tema universal. Es un viaje hacia fuera, pero también hacia adentro. Una forma de pérdida, sí, pero también de búsqueda”, afirma Durán.
En sus versos, la poeta explora los múltiples estados de ser de una mujer: el amor, la pérdida, el desarraigo, la reconstrucción. Y aunque escribe desde lo íntimo, lo femenino, lo personal, su obra reverbera en lo colectivo. “Todos hemos tenido que aprender a decir adiós”, dice con una certeza serena.
La palabra como salvación
El camino hacia la poesía no fue directo. Con años de periodismo a cuestas, Durán tuvo que despojarse del dato, de la precisión, del ritmo noticioso, para abrazar el silencio, la insinuación, la metáfora. “Me llevó tiempo y también silencio encontrar mi propia voz”, confiesa. “Aprendí a escuchar lo íntimo, lo vulnerable, lo invisible”.
En ese tránsito, la poesía se convirtió en casa. Una casa portátil tejida con palabras y sostenida por la memoria. Porque si algo atraviesa el poemario es esa certeza: estamos hechos de recuerdos. “Somos una construcción, una ficción. Somos lo que creemos que somos, y estamos hechos de memorias”, dice. El exilio, entonces, trastoca la geografía, claro, pero también el lenguaje con el que nos contamos a nosotros mismos.
Entre Safo y Cavafis
Durán no escribe desde el vacío. Su obra dialoga con poetas antiguos, con voces que siguen alumbrando desde la distancia de los siglos. La Odisea de Homero, Ítaca de Cavafis, los trágicos griegos y las poetas latinoamericanas como Alejandra Pizarnik o Ida Vitale nutren su imaginario. “No es un adorno, es una brújula”, explica. “En sus relatos ya estaban las grandes preguntas humanas”.
Y como buena lectora de Cavafis, sabe que lo importante no es solo llegar, sino lo que el camino revela. Por eso Amanecí bajo otro cielo más que querer cerrar heridas, pretende acompañarlas. “Espero que los lectores se reconozcan en algún verso, en alguna herida o en alguna esperanza. Que no se sientan solos”.
Lo que sigue
Después del poemario, Durán no se detiene. Tiene cuentos en camino y el ensayo le hace guiños. Está en lo que llama “una pausa fértil”, afinando los sentidos, a la espera de lo que venga. “Tengo la sensación de que el próximo libro ya tiene un título y me anda buscando. Yo solo espero estar atenta… para cuando me encuentre”.
Porque para Milagros Durán escribir no es un destino es, quizás, lo único que realmente llevamos con nosotros cuando lo demás se queda atrás.
