Impotente, humillada, calificada de primera ministra “fantasma” y comparada con una planta de lechuga, esta no ha sido una buena semana para Liz Truss.
La primera ministra británica intentaba recuperar poder el martes 18 de octubre después que sus planes económicos fueron destrozados y repudiados por un jefe del Tesoro al que se vio obligada a designar para evitar el colapso total de los mercados financieros.
Truss continúa en funciones por ahora, en gran medida porque su Partido Conservador está dividido y no sabe cómo reemplazarla.
En un intento de proyectar una imagen de normalidad, este martes Truss presidió una reunión de gabinete y se reunió con legisladores de distintas facciones conservadoras para decirles que su permanencia en el puesto es garantía de estabilidad, a pesar de que se ha visto obligada a echar por la borda prácticamente todo el programa con que la eligieron líder del partido hace apenas un mes y medio.
Humillada, pero desafiante, Truss reconoció el lunes que “se cometieron errores”, pero insistió en que encabezará a los conservadores hasta la próxima elección general.
Pocos lo creen. La animada prensa política británica, generalmente dividida, esta vez está unida en la opinión de que el gobierno de Truss está condenado. El tabloide The Sun, de línea conservadora, la calificó de “PM fantasma” y dijo que “por el bien del país, no podemos seguir así”. El Guardian, de tendencia centroizquierdista, comparó a los conservadores con una tripulación de amotinados: “Truss no ha abandonado a su partido. Pero parece que este la ha abandonado a ella”.
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